España debe dejar de ser un país low cost
Construir un nuevo modelo productivo y no una apariencia es el desafío para estos tres años en España, según el autor, que considera que una de las asignaturas pendientes es crear un entorno atractivo para la captación y retención del talento
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El problema no radica en que seamos un país que crea y distribuye productos low cost, sino un ‘país low cost’, que es muy diferente. La idea de ‘low cost’ remite al concepto de apariencia, cualitativamente inferior al de reflejo, que evocaba en el romanticismo la reproducción del mundo en la intimidad y de la intimidad en el mundo. La apariencia, en cambio, consiste en representar algo sin haber hecho el esfuerzo necesario para conseguir que se haga realmente presente.
De ahí la connotación negativa que a veces se atribuye a este concepto. Las reminiscencias de alta costura en las prendas de ropa, los guillochés en los hoteles, el cuidado marketing digital de las aerolíneas, resultan especialmente irritantes cuando saltan las costuras antes de tiempo o fallan las reservas online.
La idea de que España debe dejar de ser un país low cost me la sugiere por videollamada un muy destacado investigador de nuestro país, con años de trayectoria en uno de los principales hubs de conocimiento e innovación a nivel mundial. Qué esfuerzos no hemos realizado para que la excelencia y la complejidad estén realmente presentes de forma sistemática en nuestra economía y nuestra sociedad.
Por ejemplo, el esfuerzo de crear un entorno atractivo para el talento. Le dije a la secretaria de Estado Carme Artigas que tenemos que ser un país en el que “pasen cosas”. Pero no solo eso. Los obstáculos burocráticos para que un investigador español o extranjero pase una temporada en una universidad pública de nuestro país, desarrollando un proyecto y conectando con el ecosistema, ya sean en forma de certificaciones o de justificantes académicos, se han convertido en un auténtico muro migratorio para el conocimiento. Son verdaderamente disuasorios, “y gracias” que dirán algunos jefes de grupo de investigación de universidades, ¿verdad?
La situación se complica en momentos como el actual en los que el problema es la velocidad, la aceleración. Aplaudimos en su momento la llegada de los 170.000 millones de euros de Europa para el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Y es estupendo que descargue esa lluvia de fondos sobre España. Pero el esfuerzo que tenemos que llevar a cabo para no incurrir en una transformación del modelo productivo sólo «en apariencia», para no seguir siendo un país low cost, es el de gestionar esa inversión en tres años, que es el plazo previsto, y hacerlo bien.
Es muy poco tiempo. La tentación en muchos ámbitos de nuestra economía está siendo destinar el dinero a la compra de tecnología de terceros. La llegada de la planta de baterías de Volkswagen a Sagunto es una excelente noticia, pero deja en sombra un proyecto anunciado por actores españoles, con Power Electronics e Iberdrola a la cabeza (quizás algo pasado de revoluciones en cuanto a la generación de expectativas), que representaba lo más cercano a una propuesta de creación de gigafactoría con capital español. “Y gracias”, que dirá alguno de sus protagonistas, ¿verdad?
No deja de ser sintomático que no se celebre con el entusiasmo que se supone que debería celebrarse el anuncio de PERTE de 11.000 millones para la microelectrónica realizado por el presidente Pedro Sánchez. ¿Por qué nadie se siente cómodo, entre los verdaderos expertos en la materia, diciendo en público lo que realmente piensa de ello? Acabaremos convenciéndonos de que es puro celofán, simple apariencia. De nuevo.
Es poco el tiempo que tenemos para generar conocimiento y cambiar la cultura, para que el emprendimiento y el capital riesgo comprendan que el valor estratégico en el futuro está en el ámbito deep tech, un concepto que recorrió toda mi conversación con Xavier Ferràs para Atlas Tecnológico. Por eso el esfuerzo debe ser quizás el doble de intenso que en otros momentos. Pero esta es solo una de las consecuencias de no haber hecho los deberes antes.