El estudio definitivo del MIT: no temas a los robots, sino a las instituciones laborales obsoletas
El presidente del MIT, Rafael Reif, encargó en 2018 un informe sobre el impacto de la revolución tecnológica en el empleo, y dos años y medio después el resultado es el documento "Task Force on the Work of the Future". Entre sus sentencias más contundentes: "Las instituciones mal diseñadas pueden minar la productividad, inhibir la innovación y dañar al público"
Cuando concluía una década marcada por el impacto y posterior descrédito del informe sobre el impacto de la robotización en el empleo publicado por investigadores de la Oxford Martin School en 2013, y ante los datos preocupantes sobre la creciente brecha en el mercado laboral, el presidente del MIT (Massachusetts Institute of Technology), Rafael Reif, encargó en 2018 un informe sobre las implicaciones de la revolución tecnológica sobre el empleo. Dos años y medio después, el extenso estudio, coordinado por David Autor, David Mindell y Elisabeth Reynolds, acaba de ser publicado con el título “Task Force on the Work of the Future: Building Better Jobs in an Age of Intelligent Machines” y, tratándose de la propuesta más avanzada y prestigiosa sobre la materia, debería considerarse de obligada lectura. Una conclusión apresurada podría ser: no temas a los robots, sino a los políticos y a los directivos de empresa que no comprenden la revolución tecnológica.
El documento describe una realidad preocupante que, en efecto, conviene afrontar de forma rigurosa. “Hace cuatro décadas, para la mayoría de los trabajadores estadounidenses, la trayectoria del crecimiento de la productividad divergió de la trayectoria del crecimiento de los salarios”, afirma. Los salarios reales han aumentado para los graduados universitarios y han disminuido para los trabajadores con título de secundaria o menos desde 1980. En concreto, entre 1978 y 2016, la productividad agregada aumentó en EEUU más del 66% (una tasa de crecimiento anual del 1,3%), mientras que la producción lo hizo sólo un 10% y los salarios medios un 9%.
Este creciente abismo entre el aumento de la productividad y el estancamiento de los salarios medios se conoce como «la gran divergencia» y, según los autores, provoca “funestas consecuencias económicas y sociales”, como “trabajos mal pagados e inseguros ocupados por trabajadores no universitarios; bajas tasas de participación en la fuerza laboral; y la escasa movilidad ascendente entre generaciones”. No deja de ser paradójico que esto conviva con la idea de que «en las próximas dos décadas, los países industrializados tendrán más vacantes que trabajadores para cubrirlas”.
Su planteamiento es que “estos resultados no fueron una consecuencia inevitable del cambio tecnológico, ni de la globalización, ni de las fuerzas del mercado”. Porque presiones similares de la digitalización y la globalización afectaron a la mayoría de los países industrializados y a otros mercados laborales les ha ido mejor (España aparece mencionada en varias ocasiones, por ejemplo, se sitúa mejor que EEUU en desigualdad de ingresos y en movilidad de ingresos intergeneracional). El problema se produce cuando implementas tecnologías de hoy sobre la base de instituciones diseñadas para el siglo pasado. En ese caso, nos vemos abocados a “oportunidades estancadas para la mayoría de los trabajadores, acompañadas de grandes recompensas para una minoría afortunada”.
“En medio de un ecosistema tecnológico que genera una productividad creciente y una economía que genera muchos puestos de trabajo (al menos hasta la crisis del COVID-19), encontramos un mercado laboral en el que las frutas están distribuidas de manera tan desigual, tan sesgadas hacia arriba, que la mayoría de los trabajadores han probado solo un pequeño bocado de una gran cosecha”, insiste de forma poética el estudio del MIT.
Y el fenómeno no se detiene. “La Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU (BLS, por sus siglas en inglés) pronostica que el país creará aproximadamente seis millones de empleos netos entre 2019 y 2029”. De esos seis millones, “se proyecta que 4,8 millones surgirán en solo 30 ocupaciones”, y lo que es peor “dos tercios de esos trabajos corresponderán a puestos que pagan por debajo del salario medio”.
Las tres ocupaciones que generarán más empleos están vinculadas a los servicios a las personas: asistentes de cuidado personal y de salud en el hogar (1,2 millones); trabajadores de comida rápida y mostradores (0,46 millones); y cocineros de restaurantes (0,23 millones). Las tres actividades que destruirán más puestos de trabajo neto son: cajeros; secretarias y auxiliares administrativos; y ensambladores y fabricantes diversos. “Los deberes principales de estos tres trabajos incluyen realizar el procesamiento de información codificable y tareas de ensamblaje repetitivas que son susceptibles a la automatización”. En EEUU preocupan estas cifras porque sus trabajadores de baja calificación “reciben salarios más bajos que en otros países industrializados”.
Contrastan estos datos con las fortalezas del ecosistema de innovación de EEUU, que sigue teniendo, “en casi cualquier medida, la economía más innovadora del mundo”, añade el estudio. Esa cultura empresarial estadounidense favorable al espíritu emprendedor y a la asunción de riesgos se correlaciona con los extremos de desigualdad que se observan en la parte superior de la distribución de ingresos de su mercado laboral. Pero, al mismo tiempo, “las importantes desventajas económicas y la inseguridad que enfrenta una parte sustancial de la población trabajadora de los EEUU seguramente obstaculizan las oportunidades y la movilidad”. De modo que la espiral seguirá creciendo si no se actúa.
De ahí que la conclusión del informe del MIT sea que “para canalizar el aumento de la productividad en ganancias ampliamente compartidas, la innovación institucional debe complementar al cambio tecnológico”. Y cuando habla de instituciones se refiere a la normativa, a las “reglas del juego” en los mercados laborales, a las organizaciones de educación y capacitación, a los sistemas de cobertura, a las leyes y regulaciones laborales, al papel de los sindicatos, y a la infraestructura de I+D que fomenta y da forma a la innovación.
“Toda sociedad desarrolla y apoya a su fuerza laboral a través de una red de instituciones que reflejan el contrato social”, añaden los autores. “En los países europeos, por ejemplo, esa red suele estar muy unida”, dicen, y destacan la colaboración entre los empleadores, los gobiernos y las instituciones académicas para capacitar a los trabajadores. Los representantes sindicales forman parte de los consejos de administración de algunas empresas y la ley recoge fuertes protecciones para el trabajo.
El modelo estadounidense, por el contrario, está “descentralizado”. Allí se ve el modelo europeo como rígido y costoso, de modo que “las agencias estatales y federales hacen poco para coordinar los esfuerzos de desarrollo de la fuerza laboral”. Las protecciones para los trabajadores son “limitadas, según los estándares de los países industrializados, y se aplican a la ligera”. Las empresas “compiten ferozmente por la mano de obra calificada en lugar de unirse para desarrollarla”. Estas características institucionales tienen virtudes, por ejemplo, facilitar la competencia y la destrucción creativa. Pero “Estados Unidos podría aprender lecciones de Europa y Canadá”, sostiene el MIT.
No cantemos victoria, porque no en todos los países de Europa la protección del mercado laboral es proclive a la innovación. Hay que quedarse con el mensaje de fondo del informe del MIT: “Cualquier propuesta para fortalecer las instituciones del mercado laboral suscita la legítima preocupación de que estas instituciones impondrán costosas restricciones y mandatos que obstaculizarán el desempeño empresarial. Las instituciones mal diseñadas pueden minar la productividad, inhibir la innovación y dañar al público. Aun así, si las instituciones están bien elegidas, vale la pena pagar sus costos”.