Un país en busca de identidad científica

La crisis del modelo reduccionista de la ciencia vigente durante dos siglos y el auge de la complejidad abren una oportunidad a países como España que carecen de voz propia en materia científica y la necesitan para ser jugadores globales y no acabar colonizados, según la conferencia reciente de la catedrática de Oxford Sonia Contera que repasa el autor
Eugenio Mallol
19 de noviembre de 2021 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
Un país en busca de identidad científica

La científica española Sonia Contera, catedrática de Física en la Universidad de Oxford, utiliza el cuadro de Kasimir Malévich que encabeza este artículo, Composición suprematista con ocho rectángulos rojos (1915), como elemento central de su conferencia en el auditorio de la Fundación Rafael del Pino. “Durante el siglo XX se desarrolla una ciencia que divide el mundo en diferentes disciplinas. Intenta controlar la realidad a base de reducirla a sistemas simples que siguen las matemáticas dominadas por la lógica y la razón. La razón humana se impone en la naturaleza, y los humanos usando la tecnología se imponen a otros países”, afirma. Malévich anticipaba con su arte la crisis de ese modelo, porque “la racionalidad tiene huecos, hay vacíos, no todo es racional en la existencia”.

El modelo de ciencia imperante desde el siglo XIX está en cuestión porque “hemos entrado en la era de la complejidad, que se ha llevado el Premio Nobel de Física de este año. Todas las ciencias están empezando a converger en maneras multidisciplinares para afrontar esa complejidad que es lo que necesitamos hacer para sobrevivir en el siglo XXI”. Y es precisamente en este cambio de paradigma, en la entrada en ese un nuevo mundo de la complejidad, en el que “van a hacer falta nuevas identidades científicas” de país, donde existe una nueva oportunidad para España.

A principios del siglo XX, teníamos “muy buenos científicos, como Santiago Ramón y Cajal, grandes físicos, pero eso acabó después de la Guerra Civil y no hemos sabido recuperar esa identidad científica necesaria para mirar al futuro. Tenemos que saber por qué hacemos ciencia, cuál es nuestra historia y cómo queremos aportar al mundo”. El científico, emprendedor, presidente de la Unión Química Internacional y fellow de la Sociedad Americana de Química, Javier García, dirá posteriormente en el mismo foro que, después de unos años 20 y 30 del pasado siglo en los que la visión de España se construyó sobre la ciencia, la Transición no supo, pese a todos sus aspectos positivos, ubicarla de nuevo en el centro de un modelo de país compartido.

Otras sociedades sí lo han sabido hacer de forma ejemplar en el último siglo. “Una de las cosas que me hizo ir a Japón fue comprender como un país pasó de un sistema feudal del bafuku en el siglo XIX a convertirse en la segunda economía mundial a través de la tecnología”, dice Sonia Contera. Hasta el siglo XIX, Japón había decidido aislarse del mundo, pero la fragmentación de dinastía Qing en China, a instancias de los poderes occidentales, le conduce a pensar que, “o busca una razón, una identidad tecnológica, o se autocoloniza, o perderá su papel en el mundo”.

La percepción de ese riesgo de ‘ahora o nunca’, ‘o aprendemos ciencia o acabaremos como China’, hizo que Japón digiriera, “en 30 años, 300 años de ciencia, cultura, teatro, música, occidentales, lo aprendieron todo, es la gran revolución intelectual de la historia moderna del hombre; y creó una sociedad tecnológica que llegó en 1905 a ser el primer país que derrotó a un poder occidental en la guerra ruso-japonesa”.

Lo mismo pasaría poco después en la propia China, cuando decidió dotarse también de bomba atómica para no ser vasallo de occidente. “Todos estos países son conscientes de que tienen un riesgo existencial si no desarrollan ciencia”, apunta Sonia Contera. “Cuando vemos que Corea del Sur hace nuestros teléfonos, también nos damos cuenta de que ganan Oscar en el cine y compramos los libros de sus filósofos. Son países que están pensando muy activamente quién son, qué quieren ser y qué papel va a tomar la tecnología en su sociedad”.

La crisis del modelo científico es ahora una oportunidad para España. Porque grandes desafíos como el cambio climático nos están enfrentando “a la realidad de dónde nos ha llevado el paradigma científico de la reducción y la simplificación”, afirma la investigadora de Oxford, un paradigma que “no nos ha permitido tampoco ver el efecto y el poder de la ciencia en las personas”.

En el siglo XXI, “las tecnologías se estancan: las matemáticas encuentran la inteligencia artificial, las redes neuronales o el machine learning, que no son una manera normal de hacer computación, sino un sistema que ni siquiera entendemos de manejar la complejidad”.

La medicina se ha movido hacia la nanomedicina, “busca fronteras con otros campos, como la física, y tiene en cuenta otras maneras de entender cómo se afrontan problemas médicos que no se resuelven”, como el cáncer. “Con la manera de pensar del siglo XX el problema de la salud no se resolvía”, continúa en una intervención memorable. La revolución se extiende a todos los ámbitos: “la fotónica nos permite computar más datos y el hidrógeno combatir el cambio climático”.  

Pero en este nuevo sistema complejo, “la ciencia también es usada por los poderes que intentan extraer poder de ella. La creatividad, la identidad y la ciencia están relacionados con la geopolítica, porque un país, para poder ser un jugador global en los juegos del poder necesita tener una identidad científica”. Y ahí es donde se plantea el asunto de “por qué no tenemos una identidad científica en España, por qué España se siente más cómoda comprando que creando tecnología, por qué necesitamos un lenguaje propio”. Esa es la oportunidad para nuestro país. “precisamente no tener esa identidad científica nos permite crear una nueva”.

Surgen, asimismo, nuevos modelos de transferencia tecnológica, y también es un buen momento para engancharse a ellos. “La idea de que en la universidad con una patente podías crear una empresa y lanzarte al mundo si funcionaba, empieza a ser cada vez menos probable por la propia complejidad de la ciencia”, afirma Sonia Conter. Un ejemplo es Moderna: un grupo de científicos con mucha experiencia se da cuenta de que había una gran oportunidad en el ARN, las patentes no eran suyas, igual que en el caso de BioNTech, pero “han creado un nuevo modelo de crear empresas en la nueva era de la complejidad. Moderna se montó desde el capital, muy estratégicamente, mirando lo que hacía falta, buscando dónde estaba el IP y el dinero”. Hay, por tanto, “nuevas identidades en la ciencia y nuevos estereotipos, y esta es otra de las oportunidades para España”.

Siguiendo la idea del magnético cuadro de Malévich, recuerda Sonia Contera, el matemático Kurt Gödel presentó en 1931 la idea de que la racionalidad y la lógica no pueden ser la representación real de la realidad, de que hay cosas que no pueden resolverse sólo con modelos simples y racionales. También Alan Turing se sirvió de su máquina para demostrar que la realidad no es lógica. Posicionarnos con voz propia en esta nueva era de la complejidad es todo un desafío generacional. De ello dependerá nuestro futuro Estado del Bienestar. Más, probablemente, que de esos parches para reformar de las pensiones y el mercado de trabajo que tanta energía y atención pública generan.

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