¿Es Elon Musk Henry Ford?
Los vaticinios sobre el futuro del coche eléctrico deben revisarse con cautela, según el autor, que apuesta por una consolidación de las grandes marcas del automóvil porque la innovación en el sector se orienta hacia otros ámbitos como vehículos compartidos autónomos y medios de transporte más ligeros
Desde principios del siglo XX y durante al menos 50 años el mundo desarrollado invirtió con decisión, con Estados Unidos a la cabeza, en dar forma a una visión, un sueño, de la movilidad: el vehículo en propiedad. Los visionarios de siglo XIX y principios del siglo XX, con Henry Ford como gran icono para la posteridad, se dieron cuenta de que los caballos no eran la solución. Contaminaban las ciudades y no escalaban. La gente pedía caballos más rápidos y Ford comprendió que la solución era un vehículo mecánico traccionado por un motor de combustión interna.
En un historia fascinante, ese sueño dio forma al paisaje y a la sociedad que la mayoría de nosotros hemos encontrado cuando aterrizamos en este planeta: Carreteras, autopistas y ciudades que se habían adaptado para crear los espacios necesarios para estos vehículos: parkings, calles más anchas, en algunos casos ausencia completa de aceras. De ese sueño el mundo empezó a despertar en los años 70 del siglo pasado con la crisis del petróleo y con la seria advertencia de unos investigadores del MIT contratados por el Club de Roma sobre los límites de crecimiento.
Los cincuenta años siguientes han estado dominados por un debate confuso que se ha movido de manera errática desde el «solucionismo» tecnológico (la tecnología proveerá) hasta el más oscuro de los pesimismos sobre las consecuencias de un crecimiento económico desbocado que no internaliza los costes de las emisiones y los residuos. Aunque menos visible que alguno de los acalorados debates infectados por las fake news, el debate energético y medioambiental está minado por una notable falta de información, el negacionismo, y la agnotología[1].
¿Hemos agotado las reservas de petróleo? ¿Hemos superado ya el peak oil? ¿Lo hemos dejado atrás con la pandemia? ¿Tienen en ese caso sentido las explotaciones de arenas bituminosas para mantener esa industria en movimiento? ¿Es el motor eléctrico más eficiente medioambientalmente que los actuales motores de combustión interna? ¿Estás seguro? ¿Y las baterías eléctricas? ¿Son medioambientalmente eficientes? ¿Es realmente necesario un cambio de modelo energético? ¿No sería posible capturar el carbono de la atmósfera y enterrarlo para futuras generaciones? ¿Es la autonomía del vehículo eléctrico un problema? ¿Es posible reconstruir la infraestructura de recarga de los vehículos a tiempo para la sustitución del parque automovilístico mundial? ¿Tiene sentido?
Podríamos llenar docenas de páginas, volúmenes completos con las preguntas que suscita uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos, y no digamos ya con los argumentos vertidos en una y otra dirección, y al final quedaría siempre una: ¿Son estas las preguntas que nos debemos formularnos?
El vehículo eléctrico para el usuario conductor es un vehículo superior, no cabe duda. El motor es más sencillo y la experiencia de conducción es mejor. El par motor se entrega en todo el régimen de revoluciones del motor y no hace falta caja de cambios. Es claramente un mejor caballo, como probablemente Ford ya sabía cuándo optó por el motor de combustión interna. ¿Lo hizo porque era tonto? No, simplemente el motor eléctrico no era viable en las escalas de tiempo y producción que se manejaban. ¿Lo es ahora? No me voy a pronunciar aquí sobre ese tema, sino que quiero lanzar esta pregunta a la comunidad de Atlas para el debate, y cambiar el foco de mi razonamiento, y centrarme en una breve reflexión que me parece esencial si de verdad deseamos enfocar este problema y ponernos en camino.
En primer lugar es necesario aceptar que el sueño de una movilidad personal que pasa por la posesión en propiedad de un vehículo que pesa diez o veinte veces más que el objeto a desplazar (el conductor) y que se utiliza solo del orden de un 5% de su tiempo de vida, permaneciendo el resto aparcado en un garaje o una acera, no parece la solución más lógica en un planeta con recursos limitados.
Desde hace años sabemos que sería posible atender la movilidad en el interior de una ciudad europea con solo el 10% de los vehículos que utilizamos hoy, usando coches compartidos autónomos. Esta es la razón que, desde mi punto de vista, justifica las inversiones desorbitadas en empresas todavía hoy deficitarias (o quizás no tanto) como Uber. Los inversores con capacidad financiera, visión y determinación, saben que el mundo del futuro no demasiado lejano no pasa por un coche en propiedad, sino por vehículos mucho más ligeros, como los patinetes, las bicicletas, o los city cars, que además permiten resolver el problema de la recarga y autonomía del vehículo eléctrico.
El grave problema de este modelo para los actuales fabricantes de vehículos, y por ello de manera muy especial para una Europa con empresas líderes y vitales para la economía del continente como Volkswaggen, es que en ese nuevo modelo de movilidad la mayoría de ellos desaparecerán. De hecho, Volkswaggen habría desaparecido ya como consecuencia de la debacle del diésel, una apuesta manifiestamente errónea de la industria europea, que sin embargo ha sido necesario cubrir para evitar males mayores. Mi conjetura es que el proceso de consolidación de los fabricantes está en marcha, y todavía no sabemos cómo hay que jugar las cartas.
Por esta razón, ahora mismo se está en una huida hacia adelante en la que se nos vende que todo seguirá siendo igual, solo que los coches del futuro van a ser eléctricos. No existe ningún cálculo razonable que permita sustentar un cambio de modelo en un plazo de tiempo de diez o veinte años, con un impacto positivo. Esto se sabe, y por eso las nuevas leyes de clima y sobre todo los mensajes políticos entran de lleno en una suerte de realismo mágico político y social.
En otras palabras, estamos de nuevo en ese momento de la historia en el que queremos caballos más rápidos. Ahora son coches más eficientes, pero los mismos coches de antes para hacer lo mismo de antes de la misma manera que antes. Y siento mucho decirlo pero la innovación y la historia no funcionan así.
Llevo años preguntándome por qué Elon Musk apostó por un vehículo “premium” si lo que realmente quería era ser el nuevo Ford que nos mostraría los nuevos caballos. Los Tesla de Musk son caballos más rápidos, y creo que no pasarán a la historia como el puntal de ese nuevo modelo que, sin duda, dominará el siglo XXI, los próximos cincuenta años. A partir de aquí se abren incluso más preguntas para la especulación. Se aceptan todo tipo de retos para el debate.
[1] Si te gusta la especulación, date un baño de agnotología con el cuento Toro Sentado, en la antología Ni en un millón de años.