No volveremos a ser insostenibles

La sostenibilidad no es una opción para las empresas, ni un asunto que pueda quedar relegado sólo al ámbito de la RSC, según la autora, que insta a desarrollar una estrategia para adaptar las organizaciones a los criterios de respeto al medio ambiente y de apoyarse en las herramientas de la revolución digital para asegurarse la eficiencia
Sara Mediavilla Merino
27 de abril de 2021 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
No volveremos a ser insostenibles
Kelly Sikkema / Unsplash).

“Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde”

No volveré a ser joven. Jaime Gil de Biedma.
Poemas póstumos, 1968


La economía mundial, y muy particularmente la actividad transformadora primaria y secundaria están en un camino sin retorno: serán sostenibles. Porque la alternativa será, sencillamente, que no serán.

Nos acercamos inexorablemente al límite de la capacidad de entrega de recursos del planeta, y hace décadas que comenzamos a vivir de las rentas. Hasta finales de los años sesenta, el Earth overshoot day, el día en que se calcula que la humanidad ha hecho uso de todos los recursos que el planeta es capaz de regenerar en un ciclo de un año, ocurría el 31 de diciembre. En 1970 el modelo comparativo de nuestra huella ecológica frente a la capacidad regenerativa del planeta lo situó en el 29 de diciembre. Es decir, desde entonces comenzamos a hacer un uso de los recursos a un ritmo por encima de la capacidad del planeta de recuperarse. En 2019, ese día fue el 29 de julio, y el modelo pronosticaba un adelanto de unos pocos días más para 2020. Sin embargo, el parón productivo y de consumo provocado por la pandemia mundial lo retrasó hasta el 22 de agosto. Sólo en las grandes crisis mundiales, la del petróleo de los setenta y la gran recesión financiera de 2008 se ha invertido el avance implacable de esa fecha en el calendario, y en ninguna de ambas ocasiones de forma tan acusada.

Sin embargo, el escenario socio-económico hoy es muy diferente del de aquellas crisis. En los setenta, las alertas sobre la insostenibilidad del modelo productivo estaban asociadas a corrientes de opinión minoritarias; y eran cualquier cosa menos una prioridad, ya fuese en las agendas políticas o en las corporativas. Los cambios no ocurren de la noche a la mañana, y menos un cambio de la conciencia de un problema a escala planetaria. La incontestabilidad de los modelos de impacto ha trasladado cada vez a más agendas la gravedad de la amenaza que representa la falta de sostenibilidad, hasta convertirse en meta primordial para las Naciones Unidas, articulada y concretada a través de sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2015.

Es precisamente desde entonces, en estos últimos años, cuando la sostenibilidad ha ganado velocidad en su escalado, y el 2020 ha sido el caldo de cultivo determinante para crear un momentum al que ya muy pocos osan sustraerse. Lejos de quedar postergada en la agenda por la pandemia, como algunos auguraban, abril de 2020 nos mostró un evento trascendental: eran también las propias corporaciones europeas, de todos los sectores de transformación y servicios, las que en carta abierta pedían a la sociedad y Unión europeas zanjar la tentación de una recuperación que nos llevase de regreso a un modelo insostenible: con política, con inversión y con marco de garantía que encauzasen la reconstrucción en la dirección de la sostenibilidad. Porque entendían que, ante la magnitud de la inversión requerida para la recuperación, no podemos permitirnos correr el riesgo de atajos de rentabilidad cortoplacista que nos vuelvan a conducir a la falta de resiliencia del modelo quebrado.

Lo que hay detrás de esto es mucho más que la comprensión de que la sostenibilidad no es simplemente una opción más: es finalmente la asimilación de que su ausencia es un gravísimo riesgo. Pero no un mero riesgo teórico en un paper en forma de conclusiones sobre los efectos negativos del aumento de la temperatura del planeta. A estos datos estamos tan acostumbrados que casi nos han anestesiado. Ahora es además un riesgo descrito de la forma más concreta en que el capitalismo nos permite apreciar un elemento: el capital considera la falta de sostenibilidad de un modelo de negocio (en el sentido extendido de los ODS) un riesgo para sus beneficios, y ha comenzado a huir de ella. Y no por casualidad, su refugio en muchas ocasiones son modelos de negocio cuya propuesta de valor es precisamente aportar soluciones a tal amenaza.

Según datos de la SGIA, el crecimiento de las inversiones en fondos con criterios ambientales, de sostenibilidad y buen gobierno (ESG) en las principales economías del planeta osciló para el periodo 2014-2018 entre un 6% anual en Europa (donde el porcentaje de inversión ESG sobre el total ya supera hace años el 50%) y el 300% anual en Japón, donde en 2018 el capital colocado en ESG aún no llegaba al 20% del total y se encontraba por tanto en pleno crecimiento exponencial. El número de compañías adheridas a compromisos de descarbonización prácticamente se duplica cada año desde 2015, según los datos de Science Based Targets. Es indiscutible que hoy la sostenibilidad, junto con la transformación digital, son las prioridades top 1 y 2 de las hojas de ruta corporativas.

El camino de la sostenibilidad en la industria pasa, por supuesto, por la eficiencia. Pero la pelea por la eficiencia ya nos es familiar en las operaciones, porque las ineficiencias hace tiempo que penalizan la cuenta de resultados. Sin embargo, un modelo de economía lineal, por más eficiencia con que se pueda desempeñar, es inexorablemente un sumidero de recursos. Por tanto, la gran aliada a añadir es la circularidad. Repensar los productos y procesos, y el ciclo de vida completa del producto con principios de circularidad, significa mucho más que velar por que no terminen en el vertedero. Significa diseñar pensando en su revalorización, y significa evidentemente la aparición de nuevos modelos de negocio que cierren el segmento que está abierto de la cadena de valor, hoy lineal, del bien producido. Significa construir y ofrecer las propuestas de valor con las que el cliente se pueda identificar. Significa resolver cómo la tecnología nos tiene que ayudar a llegar a donde no estábamos acostumbrados a intentar llegar. Significa colaborar, significa tener cuanto antes a nuestro alrededor y remando con nosotros al equipo capaz de identificar y
convertir las amenazas, las oportunidades y los habilitadores tecnológicos
en nuestro plan de acción para existir dentro de diez o veinte años.

El objetivo número dos de la estrategia corporativa, la digitalización, viene en ayuda del objetivo número uno. Pueden quedar, aunque cada vez sean menos, quienes todavía entiendan que la sostenibilidad es un epígrafe hermoso en la política corporativa, y un baño de barniz verdoso en las operaciones. Pero que, yendo a la raíz del asunto, queda reducida a la práctica de decisiones tácticas a las que la legislación inmediata obligue. Es un error que saldrá muy caro a quien lo cometa. La sostenibilidad significa estrategia, y la estrategia ni se imposta ni se improvisa.

Como al poeta, se nos acaba la juventud, la era alocada en que la producción escalaba a costa de un consumo de recursos que manejamos como si fuesen inagotables. Podemos darnos cuenta ahora y prepararnos; o dar la vista atrás demasiado tarde, como él, y ver que nunca volveremos a poder ser insostenibles, y que perdimos el tiempo en transformarnos. Porque la sostenibilidad va en serio, pobre del que sólo se dé cuenta más tarde.

Sara Mediavilla es miembro del comité asesor de FOM

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