
Tecnología y mentalidad: la doble palanca de la revolución agroalimentaria

La industria agroalimentaria vive un momento decisivo. La presión por crecer en mercados internacionales, garantizar la trazabilidad y elevar la rentabilidad obliga a replantear procesos y modelos de negocio. La tecnología es una aliada imprescindible, pero no es suficiente. La verdadera revolución se juega en la mentalidad de las organizaciones.
El sector agroalimentario se enfrenta cada día a retos que amenazan su viabilidad: la escasa rentabilidad derivada de precios bajos, la falta de relevo generacional, la insuficiencia de ayudas públicas y el impacto del cambio climático. A ellos se suma un desafío urgente: la transformación digital, exigida tanto por las normativas europeas como por la competencia internacional. Estos factores están redefiniendo la actividad económica y hacen que la necesidad de modernización sea más precisa que nunca.
Las exigencias regulatorias en materia de trazabilidad y sostenibilidad obligan a mantener registros informáticos detallados, un requisito costoso para muchas empresas que no siempre están preparadas para asumirlo. Al mismo tiempo, la competencia global aprieta. Y, por si fuera poco, el impacto del cambio climático añade una capa adicional de incertidumbre a la ecuación.
Frente a este escenario, la digitalización se ha convertido en un requisito para competir. Sin una hoja de ruta clara, un liderazgo decidido y el acompañamiento de un socio tecnológico, el salto resulta inviable. La tecnología permite medir, controlar y analizar las desviaciones de costes en fábrica para optimizar recursos y reducir pérdidas. Facilita la trazabilidad completa de la cadena de valor, lo que garantiza la seguridad alimentaria y refuerza la confianza del mercado. Pero alcanzar su máximo potencial exige algo más profundo.
La verdadera transformación es cultural. La llamada Industria 5.0 recuerda que las personas deben estar más en el centro que nunca. No se trata de sustituir equipos humanos, sino de capacitarlos y dotarlos de competencias para extraer el máximo partido de las nuevas herramientas. Formar a los profesionales y acompañarlos en el cambio es la única forma de que la tecnología genere valor real y sostenido.
Adoptar esta mentalidad significa fomentar la innovación, la experimentación y la colaboración. La industria agroalimentaria, intensiva en mano de obra y con altos estándares de calidad, necesita ecosistemas compartidos y alianzas estratégicas que favorezcan la transparencia y la confianza. También implica aprender a traducir los datos en valor económico: dejar de medir en kilos o metros para hacerlo en euros permite evaluar con precisión el retorno de cada avance y facilita la toma de decisiones orientadas a la rentabilidad.
Gestionar eficientemente la materia prima exige un control exhaustivo de los balances de masas. Aunque las empresas conocen lo que entra y sale de sus instalaciones, a menudo carecen de infomación detallada sobre el proceso intermedio. Identificar y reducir las pérdidas por desecho, calibres inadecuados o productos dañados es fundamental para mejorar la eficiencia.
En paralelo, una buena planificación y aprovechamiento de la mano de obra es esencial para la competitividad. La automatización y la digitalización, con sensores, básculas conectadas, visión e inteligencia artificial; permiten gestionar en tiempo real las desviaciones de costes y personal, y realizar controles de calidad de forma más precisa.
La digitalización no debe plantearse como el fin, sino un medio para fabricar más, mejor y más barato. El sector agroalimentario español dispone de talento, tecnología y socios para lograrlo, y los fondos europeos representan una oportunidad única para impulsar esta modernización. Lo que marcará la diferencia será la voluntad de cambiar, de formarse y de apostar por la transformación con visión estratégica. Está en nuestra mano subirnos a este tren para ser una nación competitiva y garantizar un futuro próspero a las próximas generaciones.