Los fondos europeos están distorsionando la política en España
La permisividad con la que la sociedad española está aceptando los acontecimientos políticos recientes hace pensar, según el autor, en la generación de un posible espejismo de competitividad que podría vincularse a los fondos europeos del Plan de Recuperación y traslada un efecto de prosperidad que no es real, con el agravante de que podría tener impacto en los procesos electorales que se avecinan y dejar de lado aspectos fundamentales pendientes como la política industrial y las reformas estructurales
Bomberos en la jornada de puertas abiertas del Congreso de los Diputados por el Día de la Constitución.
Vivimos en un espejismo de competitividad, similar a los que se generaron en otros momentos de nuestra historia reciente. La inyección de fondos europeos del Plan de Recuperación, un dinero que no es capaz de generar nuestra economía por sí sola, y concedido a cambio de un documento en el que se describe una estrategia para promover el cambio de modelo productivo, mantiene una sensación de estabilidad y de disponibilidad de recursos que no es real.
Visto lo sucedido esta semana en el ámbito político, seas de una mitad de esta España que se acusa recíprocamente de golpismo o seas de la otra, lo normal es que te preguntes si detrás la actual crisis democrática no se encuentra precisamente esa ficción de progreso económico en la que estamos inmersos. Más claramente: ¿aceptaría nuestra sociedad la deriva actual de los acontecimientos políticos si no estuviera regada de dinero?
Y esto no ha hecho más que empezar. Europa y sus fondos van a ser claves en el desarrollo de los procesos electorales que se avecinan, porque incidirán en la movilización de la ciudadanía. En un contexto de aparente bonanza, ¿cómo justificar un cambio? En todo caso, más presupuestos expansivos a ser posible.
Hace justo un par de años algunos comenzamos a advertir del riesgo de que toda la retórica del Plan de Recuperación desembocara en una catarata de ‘rotondas digitales’, esa especie de síntesis entre el fallido Plan E que impulsó en su día el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y la sobreactuación en materia digital de su sucesor Pedro Sánchez.
Poco después, aparecieron los primeros síntomas de lo que llamo el ‘síndrome de La Pepica’, un popular restaurante de playa de Valencia con paredes repletas de fotos de famosos (una práctica muy habitual en el sector). Se correspondería con esa pasión por atraer a las grandes corporaciones, derivando hacia ellas los fondos europeos, pero sin poner el foco en el tejido productivo propio que debe crecer a su alrededor, en esos que no salen en la foto, que aspiran a ser campeones ocultos y deberían sigan aquí si el famoso decide un día marcharse.
Pese a que Paco Marín me conminó a mantener la esperanza en que Europa no dejaría pasar ninguna frivolidad, antes de emitir un juicio sin base racional, aconsejo estudiar los “Boletines Semanales del Plan de Recuperación” que publica puntualmente el Gobierno de España. Que cada cual extraiga sus conclusiones. La mía es que cuando el cíclope Polifemo preguntó a Ulises su nombre éste le respondió: “Nadie”. Al día siguiente, herido en el ojo por una lanza, Polifemo llamó entre lamentos a los demás cíclopes, pero desistieron de ayudarle porque le oyeron gritar: “Nadie me ha atacado”. Pensaron que se había vuelto loco.
El exceso de liquidez de la década del 2000 provocó un espejismo de competitividad similar al actual y también tuvo su impacto en la vida política española, mucho más permisiva con la corrupción y las derivas del sector financiero, y dispuesta a mirar hacia otra parte en cuestiones de integridad territorial. Pero sobre todo España permaneció durante esos años indiferente a la cuestión clave de la estrategia industrial y al inicio de la verdadera revolución digital, más allá de las puntocom. Aún estamos pagando el error cometido entonces.
El gráfico de la productividad en nuestro país muestra cómo comienza a alejarse de la media europea y de Estados Unidos a partir de esos años. Es muy recomendable repasar la reciente exposición al respecto del director general de Economía y Estadística del Banco de España, Ángel Gavilán. Si el año 2000 es el año de base 100 en productividad total de los factores, en 2022 España se encuentra en 105, frente al 117 de Alemania y el 122 de la economía norteamericana. La brecha se ha ampliado en prácticamente todos los sectores.
En su última slide, Gavilán hace una estimación del crecimiento potencial de España hasta 2030 en función de cuatro escenarios, aunque me quedo con dos: el primero, considera qué pasaría si se hace una selección adecuada de los fondos Next Generation, sin tener en cuenta las reformas estructurales; y el segundo escenario hace al revés, es decir, qué pasaría si se adoptan las reformas estructurales necesarias, con independencia de los fondos Next Generation. Su apuesta es que, en el primer caso, el crecimiento del PIB se situará en torno al 1,4% anual hasta 2026 para empezar a decaer desde entonces hasta el 1,3% en 2030. En el segundo caso, el crecimiento del PIB en 2023 y 2024 es del 1,3% anual, pero a partir de ese año inicia una senda ascendente y alcanza el 1,7% en 2030.
Las reformas estructurales son una de las partes más antipáticas de la acción política, de las que requieren más consenso con altura de miras y una mirada inteligente sobre lo que está sucediendo en el mundo y en nuestro país hoy, y sobre lo que acontecerá a medio y largo plazo. Es complicado que se adopten o se pongan en marcha las reformas adecuadas en un contexto de espejismo de competitividad como el que estamos. Y, lo más preocupante, la sociedad volverá a mirar indiferente hacia otro lado. Europa tiene mucho que decir en las elecciones que se avecinan.