Llenar la pirámide del talento TIC por abajo

El programa nacional de formación lanzado cuando el estallido de las puntocom provocó una escasez de profesionales TIC en España, en circunstancias muy parecidas a las actuales, puede servir de referencia, según el autor, para un movimiento de cierre de la brecha digital que separa cada día más a empresas y a territorios, con la idea de que nadie puede quedar atrás
Eugenio Mallol
11 de junio de 2023 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
Llenar la pirámide del talento TIC por abajo

En su corto periodo al frente del Ministerio de Ciencia y Tecnología, entre 2000 y 2002, la independiente Anna Birulés, formada en la Universidad de Barcelona y en Berkeley, directora general que había sido de Retevisión antes de entrar en la gestión pública, tuvo instinto para encontrar solución a un problema muy similar al que atraviesa el sector TIC en la actualidad en España.

La fórmula que pergeñó junto al sector empresarial y los sindicatos se mantuvo, de hecho, durante el mandato también corto de su sucesor en el negociado, el recordado Josep Piqué, y no se aparcó hasta finales de esa década, es decir, que también la respetó el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero.

Conforme crecía la burbuja de las puntocom, la demanda de profesionales informáticos se fue disparando. Como ahora. No había en España suficientes, las empresas se los quitaban unas a otras e, inevitablemente, la competencia por el talento iba incrementando los costes salariales sustancialmente, mes a mes.

Birulés reunió al sector y le expuso que el Gobierno estaba trabajando en una ley que diese una especie de carta libre de entrada a los profesionales extranjeros especializados en el ámbito informático. El motivo por el que les había citado era precisamente pactar los requisitos, las condiciones que las empresas creían que debía incluir esta carta.

Pero la conversación cambió de rumbo inesperadamente para la ministra. El problema de falta de técnicos no era de España, sino que afectaba a todos los países, de modo que medidas de ese tipo no iban a resultar efectivas. Los programadores extranjeros no iban a venir. Con el agravante añadido de que el nivel de paro en España era del 13,4% (hoy es del 12,7%) y no tenía mucho sentido gastar dinero público en traer a gente de fuera cuando la de dentro no tenía empleo.

Lo que se planteó como alternativa fue poner en marcha un programa nacional de formación. La clave era identificar bien cuántos parados tenían capacidad para formarse en este tipo de conocimientos e implicar en la tarea a las escuelas de formación y a los sindicatos, con el apoyo financiero de la Administración. A cambio, las empresas ofrecían una garantía de contratación elevada, del 60-70%, a las personas formadas.

El razonamiento detrás de esta medida es muy interesante. Lo que Birulés y los empresarios supieron ver es que necesitamos que la pirámide crezca, pero por abajo, no inyectando gente por arriba. Personas con buen nivel académico, físicos, economistas, matemáticos, pero también sin carrera universitaria, podían encontrar un camino de reinvención. El programa aquel funcionó y las empresas estuvieron encantadas mientras duró, porque eran ellas las que decían qué formación querían.

En EEUU se llevan a cabo iniciativas parecidas, la Chan Zuckerberg Initiative se sumó a un proyecto de formación de colectivos obligados a reconvertirse como los camioneros y los expresidiarios llamada The Last Mile y ha conseguido arrastrar a Google.

Volvamos al hoy. Me cuenta un catedrático de una universidad española que, al proponer a su Gobierno autonómico el lanzamiento de nuevos grados vinculados a las nuevas tendencias tecnológicas, que si ciberseguridad, que si blockchain, que si inteligencia artificial, que si computación inmersiva, la respuesta es doble: por razones presupuestarias, para incluir un nuevo grado hay que eliminar alguno de los existentes; y el proceso de aprobación de los nuevos estudios no va a ser inferior a año y medio, asegúrate de que esa tendencia tecnológica sigue siendo crítica para cuando se abran las aulas.

La alternativa está siendo lanzar fórmulas como los bootcamps, programas intensivos de formación enormemente especializados. Es una solución muy bien pensada. Pero algunos funcionan y otros no. En muchos casos las empresas que los patrocinan incluyen compromisos de contratación, pero en alguna universidad los sueldos se entrada han resultado no estar a la altura de las exigentes expectativas de los estudiantes del bootcamp y la cosa ha quedado en un limbo.

Llenar la pirámide por abajo es una idea fundamental. El sector tecnológico es consciente de que ha generado una brecha social, entre empresas y entre territorios a causa de la digitalización. Lo he comentado con numerosos directivos globales: ¿qué pasa en ese territorio intermedio entre las grandes corporaciones que tienen músculo financiero para hacer frente a su legacy y hacer la transformación digital, y las startup que también tienen acceso a financiación? Es genial hablar de gemelo digital y sus beneficios, pero para la inmensa mayoría de las pymes es una cábala.

El propósito de cualquier gestor público, y ahora que vienen las elecciones es un buen momento para recordarlo, debe consistir en asegurarse que nadie se quede atrás. Hoy asistimos al problema doble de escasez de profesionales y brecha digital. La forma de hacer un cambio sostenible y estructural podría ser volver a la apuesta por la formación en habilidades básicas, empujar desde abajo la renovación del ecosistema. Hace 20 años funcionó.

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