La reconstrucción de Ucrania, una oportunidad tecnológica
El abanico de campos en los que se debe invertir, solo a corto y medio plazo, 750.000 millones de euros, según transmitió el embajador de Ucrania en septiembre a un grupo de representantes empresariales, es tan amplio que se puede hablar, a juicio del autor, de reconstruir un país del bloque occidental de cero, en un entorno de competencia abierta en el que España puede poner la mesa su experiencia en el despliegue de nuevas soluciones sobre el territorio, ya que somos el banco de prueba mundial de muchos sectores
El presidente Volodymyr Zelenskyy asiste al lanzamiento de un satélite ucraniano. / president.gov.ua
El coste de la reconstrucción de Ucrania tiene una cifra, considerando sólo el corto y el medio plazo: 750.000 millones de euros, superior al importe del Plan de Recuperación que puso en marcha la Comisión Europea a raíz de la pandemia. Así lo trasladaron en septiembre el embajador de Ucrania, Serhii Pohereltsev, y su agregado comercial, Igor Ivanchenko, en una reunión en la que participaron empresas del sector de bienes de equipo, bancos, instituciones ligadas al comercio exterior y representantes del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo.
La Asociación Nacional de Fabricantes de Bienes de Equipo (Sercobe), presente en el encuentro, habla de futuros encargos en ámbitos como la generación de energía (plantas, maquinaria, instalaciones); rehabilitación y construcción de plantas (petroquímicas, gas, químicas, metalurgias, siderúrgicas…); tratamiento de aguas residuales, potabilización y desaladoras; hospitales, centros sanitarios y centros educativos; infraestructuras portuarias, logísticas, ferroviarias, vías de comunicaciones y transporte, telecomunicaciones; e incluso de la reestructuración zootécnica del país, incorporando animales hasta generar de valor a través de la industria agroalimentaria. O sea, hará falta de todo.
Ucrania ha solicitado al Fondo Monetario Internacional una partida de 7.000 millones mensuales para abordar las tareas inmediatas. Serhii Pohoreltsev buscó obviamente la complicidad de las empresas españolas, muchas de las cuales tienen experiencia en la provisión de infraestructuras esenciales. Y de la reunión salió el compromiso de organizar un grupo de trabajo para presentar esta iniciativa a las autoridades españolas, europeas e internacionales implicadas en la reconstrucción.
Estamos ante una tarea apasionante, desde cualquier punto de vista. El primero, el fundamental: la recuperación y consolidación de un territorio que ha pasado a convertirse en espacio de frontera entre los valores occidentales y un viejo mundo que ha decidido renegar de ellos, sumergirse de nuevo en la barbarie, en el puro darwinismo social, sin ni siquiera apelar a la excusa del fanatismo religioso, no, entregándose a lo más áspero y desalmado de los servicios de inteligencia.
Ucrania ha demostrado tener clara su vocación de pertenecer al bloque que combina altos niveles de desarrollo económico y libertades, de modo que su reconstrucción se aproxima mucho a lo que supondría levantar un país nuevo, prácticamente de cero, en un marco de competencia empresarial presumiblemente abierto (algunos países están haciendo más méritos que otros y obviamente no tendrán cabida los agresores). La amplitud de las áreas de intervención que se incluyen en esos 750.000 millones de euros da la medida del alcance de la destrucción y de la oportunidad para todos.
Lo lógico es que Ucrania se reconstruya no con las tecnologías del presente, sino con la visión de incorporar ya las del futuro. El legacy, esa incómoda herencia tecnológica que tanto lastra el despliegue de nuevas soluciones cada día en nuestro país, que se mantiene agazapada en los mismos tuétanos, hasta el mainframe de nuestra economía escrita en cobol (¿quién sabe programar ya en este lenguaje sobre el que se asienta, entre otros, el sector financiero?, iniciativas como Open Mainframe Project intentan aportar algo de luz) simplemente ha desaparecido de Ucrania, ha sido aniquilado.
De modo que, cuando concluya la pesadilla desatada por Vladímir Putin, si es que no ha conseguido antes desestabilizar a Europa, debería empezar el desembarco de empresas sobre un territorio que en muchos aspectos podríamos considerar virgen tecnológicamente hablando.
Si dejamos a un lado la labor de lobby que se presume a nuestras grandes corporaciones en sectores regulados, las empresas que mejor aprovecharán la oportunidad de la reconstrucción de Ucrania serán aquellas que dispongan de tecnología propia (las que no, como acostumbran a hacer, tendrán que seguir comprándola, lo que significa menos margen) y apertura a la colaboración.
España debería diseñar una estrategia para que ese papel como banco de pruebas que el mercado global nos ha asignado en tantos sectores (también en el ámbito farma somos el país de referencia para testear medicamentos y tratamientos, ay, que ambiguo honor es ostentar ese liderazgo), ese conocimiento generado como pioneros en el despliegue territorial de tecnologías, sirva para hablar con voz propia en esta iniciativa global que se presenta apasionante. Ese es nuestro desafío. El de Ucrania es sobrevivir.