La ideología no arreglará el cambio climático
El anuncio del conocido proyecto de planta de metanol verde en Huelva se suma a otras sobreactuaciones similares, como el H2Med para transportar hidrógeno entre Barcelona y Marsella, y dejan la sensación, según el autor, de que la ideología se impone a criterios de racionalidad científica y económica en el diseño de las políticas para combatir el cambio climático en nuestro país
Foto de familia de los líderes políticos en la COP28 de Dubái. / Créditos: Consejo Europeo / Consejo de la Unión Europea
En realidad, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no ha anunciado nada nuevo en la COP28 de Dubái. El proyecto de planta de metanol verde en Huelva de CEPSA y C2Z, filial del mayor grupo de transporte marítimo del mundo, Maersk, era bien conocido. También su alcance: 300.000 toneladas/año, quizás un millón a finales de la actual década, destinadas a cambiar el modelo energético del muy contaminante sector marítimo (no las verás en tierra, o sea). Aunque no dejan de ser una pequeña gota en el desierto: la sustitución total de los combustibles actuales requeriría producir más de 500 millones de toneladas de metanol verde al año.
Se repiten los patrones de expectativa sobredimensionada, con claras esencias de manipulación de la opinión pública, que vivimos cuando se anunció, con la sorprendente presencia en el acto de Pedro Sánchez y sus homólogos francés y portugués, Emmanuel Macron y António Costa, el gaseoducto entre Barcelona y Marsella. Poco después se rebautizó como H2Med para subrayar que se hace para transportar hidrógeno.
Inolvidable el repaso que dio al proyecto en un acto público el Premio Príncipe de Asturias y fundador del Instituto de Tecnología Química, Avelino Corma. Pregunta hoy a cualquiera de nuestras grandes corporaciones energéticas en qué estado se encuentra el proyecto. Nada, de nada. Que sí, que algo saldrá, pero cualquier parecido con lo que se prometió será simple coincidencia. Puedes hojear también en el ATLASTECH REVIEW de marzo pasado la ponencia del profesor Tomás Gómez Acebo en el Collaborate de Pamplona al respecto.
En el caso de la planta de metanol verde de Huelva (hay que celebrar que se ponga en marcha, por supuesto) ocurre algo parecido. Básicamente, no salen las cuentas porque la forma más viable de producirlo pasa por el hidrógeno verde y, en estos momentos, eso supondría pagar por una tonelada de metanol verde el doble que por una de VLSFO (Very Low Sulphur Fuel Oil). Sólo si se subsidiara el hidrógeno verde, como se está planteando desde Bruselas, en 4,5 euros/kg, con dinero de los contribuyentes faltaría más, el metanol verde conseguiría acercarse a la paridad.
Tengo la fortuna de hablar de estos temas, unos días antes del aplaudido papelón de Pedro Sánchez en la COP28, con dos expertos del mundo de la química y la energía. Coincidimos en la preocupante forma en la que la ideología sigue fagocitando el discurso sobre las medidas a adoptar para hacer frente al cambio climático, especialmente en nuestro país.
Atención incluso al resurgir, 50 años después, de la discusión impulsada por el Club de Roma sobre los límites del crecimiento. Hay voces relevantes que propugnan un enfriamiento de la economía, un empobrecimiento en suma, de los países más avanzados para dar tiempo a los menos desarrollados a equipararse a ellos. Hablan en serio. El debate está cobrando fuerza, pese al coste social que eso podría tener en tiempos de polarización y auge de los populismos.
Pedro Sánchez celebra la planta de metanol verde mientras adopta otras medidas cuya eficacia medioambiental es discutida. La destrucción de presas, por ejemplo. España eliminó en 2021 la mitad que toda Europa junta. Desde el Fondo Mundial para la Naturaleza se considera una medida muy favorable porque contribuye a restaurar el curso de los ríos, pero es indudable la utilidad que tienen estas construcciones, ya lo vieron romanos y árabes, para regular los recursos hídricos en un país con un régimen de precipitaciones irregular.
El absoluto rechazo de España a la energía nuclear es especialmente llamativo. El estudio Net Zero America de la Universidad de Princeton analizó la capacidad y la asequibilidad de cinco caminos tecnológicos distintos, todos utilizando tecnologías conocidas en la actualidad, para descarbonizar la economía de los Estados Unidos. De las cinco vías, todas menos una utilizaban energía nuclear y la vía que requería la mayor cantidad de energía nuclear también era la más asequible.
El nada sospechoso Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) confía en que las innovaciones en los enfoques de construcción hagan que los SMR (reactores modulares pequeños) sean competitivos frente a los grandes reactores en 2040. En uno de sus informes, asegura los estudios de análisis del ciclo de vida sugieren que los impactos generales en la salud humana del funcionamiento normal de las centrales nucleares son sustancialmente más bajos que los causados por las tecnologías de combustibles fósiles y son comparables a la energía renovable.
A nivel global, las decisiones para combatir el cambio climático se mueven entre la eficacia de la tecnología, la viabilidad económica y la garantía de suministro. China es líder mundial en tecnologías para producir energías renovables, especialmente eólica y solar, y controla el refino mundial de litio, pero proyecta 150 centrales nucleares y está abriendo dos centrales eléctricas de carbón a la semana, con un objetivo en el horizonte de llegar 168. Rusia es el principal exportador de uranio empobrecido y mantiene el control del gas natural.
La ideología cabalga las contradicciones con soltura, como se está viendo en los últimos tiempos en nuestro país. Pero eso tiene un coste económico, no sale gratis. Y la factura económica acaba traduciéndose en fractura social. Todo ello sin que, verdaderamente, el medio ambienta vaya a ganar mucho, la verdad.