Esta gente no necesita dinero, sino un psicólogo
En su reflexión navideña, el autor repasa ámbitos como el funcionamiento del ecosistema de I+D, el reparto de los fondos europeos o el temor de los directivos al impacto de la IA generativa, e insta a volver a los fundamentales y a la sencillez para reconocer los puntos de mejora pendientes con sentido de la realidad
Imagina la escena, tan real como que estás leyendo ahora mismo estas letras. Un investigador de uno de los grandes hubs de conocimiento mundiales, especializado en una de las disciplinas tecnológicas de frontera. Forjado en sus laboratorios y vinculado todavía a, digamos, Stanford-Berkeley, MIT-Harvard, Oxford-Cambridge… u otro ecosistema de excelencia quizás.
La posibilidad de integrarlo en su equipo de innovación, sorprendentemente, no despierta interés de ninguna de las grandes corporaciones españolas del mundo físico que operan en su área de investigación. Dicen que lo suyo es Star Wars para ellas. En fin. O le dan demasiadas vueltas a las cosas.
Tampoco hay espacio en las universidades públicas para ese talento mundial. Tiene a 10 por delante de él en el departamento, calentando banquillo durante años, no se vaya a creer que por venir de donde viene le va a caer un puesto por su cara bonita. Y las organizaciones empresariales no entienden qué es eso tan raro que plantea para impulsar al territorio. Hay que ser más práctico.
Pronto se sitúa en el radar de las consultoras, obviamente, y de alguna escuela de negocios. Actividad no le va a faltar. En el proceso de búsqueda de alojamiento tecnológico en España, puede hacer una especie de auditoría de la situación de nuestro ecosistema de investigación científica e I+D. Conoce de cerca la realidad de proyectos diseñados para la captación de fondos públicos, la eterna disputa entre los costes directos y ese pequeño margen de costes indirectos (el 10% por lo general) que a veces no permite ni siquiera imputar horas de reunión interdepartamental…
Su intención es aportar ideas, tratar de que sean sus propios interlocutores los que descubran la salida, no sacudir el árbol. “¿Conoces a un periodista o un comunicador con conocimientos de física y matemáticas que pueda difundir bien lo que están haciendo?”, me pregunta un día.
Cuando lleva seis meses haciendo esa doble labor de dedicarse a lo suyo, pero sondear también lo que está pasando, quedamos a comer. Tras ponernos al día, quiero saber cuáles son sus primeras conclusiones, por dónde se podría empezar a trabajar para mejorar el ecosistema. Su respuesta es la siguiente: “esta gente no necesita dinero, ni cursos de gestión de la innovación, esta gente lo que necesita es un psicólogo”.
Hoy lamento haber borrado las nueve columnas que escribí en Medium en otoño de 2020, sobre todo una en la que advertía del riesgo de que el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia se convirtiera en una explosión de ‘rotondas digitales’, en referencia al infausto Plan E de Rodríguez Zapatero. Así ha sido, lamentablemente.
Tantas empresas que se presentaron a las Manifestaciones de Interés y diseñaron proyectos tractores, que consiguieron la implicación de sus gobiernos autonómicos y soñaron con convertir los fondos europeos en una palanca para cambiar el modelo productivo, siguen esperando que se atienda a sus peticiones. Se ha analizado profusamente el estado de la situación, pero la conclusión podría ser la misma en referencia a los gestores de la Administración del Estado: “esta gente lo que necesita es un psicólogo”.
Es curioso cómo evoluciona el suflé de la inteligencia artificial (IA) generativa. En el ámbito científico y tecnológico se normaliza la situación y, pese a las espectaculares valoraciones que están alcanzando empresas como Anthropic, resulta ya evidente que todo va a depender de la calidad de los datos, y ahí queda todavía muchísimo por recorrer. Sin embargo, la situación es muy distinta entre los directivos que temen las posibles aplicaciones y están pidiendo conocer cuál es el siguiente paso correcto. Sí probablemente, todos necesitemos un psicólogo ahora mismo.
O quizás sólo baste con recuperar algo de la sencillez esencial, de los fundamentales, esos principios que afloran de pronto en momentos de celebración como estas fiestas navideñas. Vivimos una experiencia muy mediatizada y, como explicaba hace unos días en un debate sobre el uso de los móviles por los adolescentes, lo que nos diferencia de las máquinas (somos, como ellas, activos digitales) es nuestra capacidad para desconectarnos. Sólo entonces deja de actuar el software de control.
Para que no nos desconectemos se diseñan las tecnologías de generación de adicción, la dopamina de las redes sociales, la apariencia de resolución omnisciente de la IA generativa, pero son solo reflejos. Estos días, al menos durante un periodo corto de tiempo, volvamos a ser nosotros mismos. ¡Feliz Navidad!