Episteconomics: Industrial Cities & Urban Fabs
El concepto de 'absent factory' no sólo está abriendo la puerta al regreso de la actividad industrial a las ciudades, sino que puede convertirse también, según el autor, en una vía para dar visibilidad entre la ciudadanía a las fábricas y conectarlas con las clases más creativas, influyentes y con más capacidad de comunicación y prescripción, como demuestran ya numerosos casos de éxito, en última instancia, reindustrializar Europa implicará un cambio en la concepción urbana
Imagen de la Gläserne Manufaktur de Volkswagen.
¿Es posible conseguir que los procesos de renaturalización de una ciudad se vean incrementados gracias a la reindustrialización de la misma? Pese a la apariencia provocadora de la pregunta, en algunas de las ciudades más verdes y tecnológicas de Europa, como Dresde, llevan más de dos décadas pensando que sí.
Cuando a mediados del siglo anterior, con el objetivo de mejorar la vida de sus habitantes, toda forma de actividad industrial fue expulsada de las ciudades y desplazada a áreas específicas del extrarradio para ser reubicada en áreas y polígonos industriales, poco podíamos imaginar sobre un concepto como el de absent factory, cuyo interés hoy va ganando enteros en la creación de nuevas visiones de la ciudad posteriores a la pandemia, visiones capaces de combinar una pujante competitividad económica, con un aumento en la exigencia de sus parámetros ambientales y un fuerte sentido de protección hacia sus comunidades locales.
En 2018 tuvimos la oportunidad de efectuar un amplio análisis comparativo entre estrategias de reindustrializacion en ciudades como Sidney, Nueva York, Berlín, Rotterdam, Winnipeg o San Francisco. Las fábricas ausentes son grandes centros de fabricación que funcionan sobre lo que podríamos denominar el planteamiento de los cuatro ceros: cero emisiones, cero vertidos, cero vibraciones, cero decibelios. Esta condición las convierte en estructuras aptas para ser ubicadas sin impacto en toda clase de distritos residenciales o urbanos.
Como es natural la noción de fábrica no es inmóvil, no se mantiene estática a lo largo de la historia. Nada tienen que ver las fábricas de la primera revolución industrial con las de la segunda. Menos aún con las de la cuarta, camino de la quinta, que es donde aproximadamente nos situaríamos hoy. Pero a diferencia de lo que sucede en naciones como Alemania, Suecia, EEUU o Dinamarca, en España continuamos sin asimilar la idea de que una gran infraestructura de fabricación pueda tener su espacio natural dentro de la estructura de una ciudad.
Uno de los ejemplos más exitosos e interesantes de factoría urbana, que ha recibido más de dos millones de visitantes desde su inauguración, es Die Gläserne Manufaktur (La Fábrica Transparente), que la empresa Volkswagen estableció en Dresde en 1999. Interesante también teniendo en cuenta que la multinacional alemana va a incrementar su presencia de forma específica en España y la Comunitat Valenciana con la apertura de su gigafábrica en Sagunto.
La fábrica transparente no solo reproduce el concepto de absent factory sino que, como su nombre indica, hace posible que vecinos, turistas y viandantes observen desde el exterior el proceso de fabricación de las 35 unidades de vehículo eléctrico VW ID.3 que la multinacional produce diariamente en sus instalaciones de Dresde y que dan empleo a casi 400 trabajadores. Pese a tratarse de una factoría ya de notable dimensión (más de 82.000 metros cuadrados), su localización junto al jardín botánico de Dresde, en un espacio cedido por su Universidad Politécnica, es todo un manifiesto pedagógico y una demostración empírica sobre la mutua convivencia que guardan hace más de dos décadas una fábrica de vehículos, un barrio residencial, un centro histórico y un parque de alto valor natural, ambiental y paisajístico.
Estas grandes factorías urbanas hacen visibles ante la ciudadanía las capacidades avanzadas de fabricación y desencadenan una amplia pedagogía sobre la posibilidad de trasladar nuevamente ciertos procesos productivos al escenario cotidiano donde residen sus consumidores finales. Construyen con su ejemplo el proyecto de sostenibilidad de la industria, porque con la demostración del carácter limpio de su producción, marcan el listón ideológico y el programa de todas las demás industrias.
Tal vez por esto acaban conviertiéndose en referencias emblemáticas de la ciudad, en grandes centros de peregrinación turística, cultural, musical, e incluso gastronómica con propuestas como la del restaurante e-VITRUM. Con la celebración de conciertos musicales, representaciones teatrales y acontecimientos culturales de todo tipo, las grandes urban fabs sin perder su identidad industrial se instalan en el imaginario de la ciudad con funciones simbólicas más parecidas a las del auditorio, el estadio o el museo.
Las ciudades españolas no tienen hoy una visión suficientemente actualizada de lo que pueda llegar a ser una fábrica y por lo tanto no se ha despertado todavía entre ellas el sentido de la competición por este asunto, andando más distraídas en la captación de otro tipo de grandes proyectos empresariales, o de diferentes eventos tecnológicos o deportivos. En España no llega a concebirse que el espacio natural de una fábrica pueda ser el centro mismo de una ciudad y no necesariamente un polígono industrial. La ciudad del futuro será la que resulte capaz de ensamblar las simbiosis de la revolución urbana contemporánea con las escalas tecnológicas de las nuevas economías de fabricación. Mientras no seamos capaces de inducir esta confluencia veremos limitarse seriamente por un lado, las posibilidades de nuestro futuro industrial, y por el otro, las oportunidades de nuestro desarrollo urbano.
Si la actividad industrial no se visibiliza en los centros neurálgicos de nuestras ciudades nunca se logrará una conciencia social generalizada respecto a su importancia estratégica como fundamento de la economía. Tampoco será posible una estrecha alianza cultural entre la industria y las clases más creativas, más influyentes, con mayor capacidad de comunicación y prescripción en el contexto de nuestra sociedad. El hábitat de las élites mediáticas, culturales y sociales sigue siendo la ciudad. Sin una emblemática presencia social de la industria en los escenarios de mayor visibilidad urbana resultará imposible que España pueda llegar a ser, sociológicamente, una potencia industrial como ya es una potencia turística sociológicamente hablando.
La proyección económica de nuestras ciudades también se resiente de este distanciamiento industrial. Las recetas disponibles para enfocar el desarrollo económico en nuestras urbes reproducen una mentalidad anterior a la de la pandemia. Son repetitivas, seriales, previsibles, rutinarias. Los enfoques de desarrollo vigentes en nuestra mentalidad patria están muy cautivos de actividades que exponen a nuestras ciudades a procesos de pérdida de identidad, saturación, gentrificación, sobrexplotación y colapso de sus espacios urbanos más valiosos. La ciudad industrial, en cambio, ofrece un modelo de crecimiento económico vertical. No en el sentido de la altura espacial, sino en la capacidad de riqueza por unidad de metro de espacio. Necesitamos cientos de metros cuadrados de exposición de souvenirs para generar diez veces menos facturación que un robot imprimiendo silenciosamente microlentes de precisión en una sola unidad de espacio.
La relación entre fabricación, innovación, investigación y tecnología no se ha podido visibilizar con mayor fuerza que en la crisis de abastecimiento de microchips sucedida durante la pandemia. El sector de la microelectrónica, élite empresarial de la tecnología a nivel mundial, ha puesto en marcha planes multibillonarios (con b) mediante instrumentos financieros a una escala sin precedentes, disparando su interés por relocalizar sus fábricas en Europa y Estados Unidos, después de haber superado la fallida mentalidad de desplazar dichos procesos a países como China o Taiwán. Casualidad o no, fue también en Dresde donde la multinacional Bosch inauguró en 2021, veinte años después de aperturar la Gläserne Manufaktur la que pasa por ser la fábrica mundial más avanzada de chips y semiconductores para el sector automoción.
El ecosistema Startup y la economía del emprendimiento también están convocados a esta transformación cultural que revolucione la retroalimentación entre industria y ciudad. Si la fabricación limpia se incorpora a las dinámicas de los ecosistemas urbanos de emprendimiento como un factor incremental, esta recombinación estratégica entre tecnología, capital, innovación y fabricación, sencillamente podría dispararse hacia otros órdenes de magnitud que resultarían impensables sin una ciudad de vocación industrial: una ciudad capaz de eclosionar la colaboración entre productores de servicios y fabricantes de productos, entre doers y makers.
En último lugar es preciso referirse a la contribución más importante que aportan las urban factories al refuerzo del desarrollo industrial de una nación. No es otra que la de generar una ciudadanía capaz de asimilar el potencial transformador de la industria a niveles mucho más sólidos de análisis, de comprensión, de proximidad y confianza. La industria no es un concepto distante para ningún joven en Dresde. Una vez superadas las lógicas resistencias iniciales que se hicieron presentes en el proceso de su construcción (ninguna disrupción se implanta sin resistencias), la Gläserne Manufaktur no solo ha tenido la virtud de desactivar los recelos ciudadanos hacia estas formas más avanzadas de fabricación, ha servido para sumar a la sociedad en una forma de complicidad estructural a favor de la industria. Si la industria no es llevada de regreso a la ciudad no extenuará sus esfuerzos de sostenibilidad. Y si la sociedad no adquiere conciencia de que la actividad industrial debe llegar a ser tan neutra como para poder implantarse pared con pared a la vuelta de la esquina, el sector industrial de un país no tendrá un programa claro de transición hacia las industrias limpias. La industria avanzada y la ciudad contemporánea tienen pendiente una conversación prometedora, y no deberían tardar mucho en abordarla.
Carlos G. Triviño es CEO de Gobernanza Industrial y colaborador de Atlas Tecnológico.