El terrorismo ‘low-tech’ aún glopea, la democracia debe aprender a ser digital

Es posible que el dramático fracaso de los servicios de inteligencia y de Defensa de Israel se debiera a un exceso de confianza en la tecnología y a que no recibió información de fuentes humanas, pero la respuesta no debe sembrar dudas sobre la capacidad de la democracia para actuar de forma civilizada, si no queremos que los valores occidentales reciban una herida de muerte
Eugenio Mallol
15 de octubre de 2023 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
El terrorismo ‘low-tech’ aún glopea, la democracia debe aprender a ser digital
Taylor Barandon / Unsplash

Cuando le pregunté a Tim O’Reilly “¿en quién podemos confiar?”, un silencio atlántico cubrió todo el espacio que nos separaba entre California y España. “Tenemos que redescubrir la comunidad. Estamos en medio de un gran realineamiento, en el que la gente tiene que averiguar en quién volver a confiar. Las instituciones establecidas deben entender que tenemos que rehacer el mundo”, me respondió. Era una llamada a innovar.

Hoy resuena más poderosa tras el sangriento ataque terrorista de Hamas a Israel. Habíamos estado hablando de las que eran, en su opinión, las tres tecnologías con más capacidad disruptiva que se avecinaban. Tras citar, rápido, de pasada, el desarrollo de las redes neuronales de inteligencia artificial y la ingeniería genética, se detuvo a paladear la tercera.

“Cuando pienso acerca del futuro”, me dijo, “no pienso en la tecnología como la mayor fuerza transformadora, sino en la demografía y el envejecimiento, y en su relación con otros aspectos como el cambio climático. Las tecnologías fundamentales serán las que nos ayuden a tratar con esto. ¿Dónde se van a mover cientos de millones de personas, cómo lo van a hacer, cómo deben ser las ciudades del futuro? No es Google haciendo más ricos y más inteligentes a los habitantes de Toronto, sino diez millones de refugiados sirios y ciudades en las que todos puedan trabajar. En el siglo XXI aprende el primero, no el último”.

La luz de la Ilustración se queda sin batería. Debemos reflexionar acerca de la delicada situación de la democracia en el mundo. Muchas sociedades autoritarias pueden mostrar altos niveles de crecimiento económico en su tarjeta de presentación, incluso un claro dominio en determinadas áreas de innovación tecnológica. Mientras tanto, Europa y sus valores deben resistir el embate de los populismos extremistas.

En la reacción de Israel, dolorosamente herido como país, es posible que veamos a Hobbes sepultar a Rousseau. Occidente está lanzando el mensaje de que todavía hay margen para la civilización. De lo contrario, será más complicado seguir defendiendo, frente a las posiciones polarizadas, que la democracia garantiza la seguridad de sus ciudadanos y asegura un uso proporcional de la fuerza.

La gestión, la digestión, que estamos haciendo de la tecnología, y en particular el rol que le hemos atribuido en la sociedad, tiene bastante culpa en ese proceso de debilitamiento de la democracia. Creo que aparecía entre líneas en la visión de O’Reilly. ¿En quién debemos confiar? No en la tecnología más allá de lo que le corresponde, no principalmente en ella. Una de nuestras tareas pendientes es aprender a manejar a esa bestia digital que se pasea entre nosotros.

Entre los análisis que se han ido publicando sobre el fracaso de la tecnología de alta sofisticación israelita en la masacre terrorista y sanguinaria de Hamas, destaca el de Emily Harding, directora adjunta y miembro principal del Programa de Seguridad Internacional del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Es posible que el principal error de los servicios de inteligencia de Tel Aviv haya consistido, precisamente, dice, en que “tuvieron pocas o ninguna fuente de información humana”.

Son los mejores a la hora de intervenir redes informáticas, expertos en entrar de forma clandestina en teléfonos y sistemas del adversario. Actúan con múltiples flujos de acceso, de modo que, si uno es descubierto o cerrado, otros pueden seguir informando. Pero Gaza es una sociedad cerrada y el control de Hamás es férreo. “Alguien que espiara para Israel arriesgaría tanto la muerte como la seguridad de toda su familia. Es posible que fuentes humanas no informaran o hubieran sido descubiertas”, escribe Harding.

Las operaciones israelíes para penetrar en las redes informáticas y de comunicaciones de Hamás pudieron fallar porque los accesos son frágiles y basta un sistema operativo actualizado o parches eficaces, con ayuda de Irán posiblemente, para expulsar a los espías. Los terroristas burlaron a los servicios de inteligencia y al Ejército con soluciones low-tech porque Israel estaba “preparado para otra guerra”, titula The Wall Street Journal.

Anticiparon sus incursiones con estrategias sencillas de negación y engaño, en las que los altos funcionarios israelíes picaron ingenuamente, y podrían haber mantenido concentrada la planificación del ataque en un círculo muy pequeño de personas. “Cuando necesitó expandirse para incluir a todos los actores, casi con seguridad compartimentaron la planificación”, apunta Harding. Los terroristas que entraron en parapente probablemente no sabían que otros atacantes estaban haciendo lo mismo en motocicleta.

El trágico ataque terroristas y sus consecuencias en forma de respuesta del Estado dejarán a la tecnología y a la democracia seriamente dañadas, y obligarán a hacer un ejercicio de defensa de los valores por los que trabajan las sociedades occidentales. Un compromiso por unos objetivos irrenunciables, cuya mejor reivindicación consiste en hacer un uso adecuado de los medios.

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