
A debate: Dignificar el trabajo industrial como base para la soberanía tecnológica

Desde la tribuna del Aspen Ideas Festival 2025, Jim Farley, CEO de Ford, abordó una de las encrucijadas más delicadas para el porvenir industrial. La reciente paralización de varias plantas en EEUU, causada por la excesiva dependencia de materiales críticos procedentes de China, ha reavivado una preocupación latente. Según Farley, la clave reside en la reconstrucción de una “economía basada en lo esencial”. No se trata de una evocación nostálgica de las cadenas de montaje, sino de una apuesta estratégica por recuperar capacidades productivas fundamentales y dignificar el trabajo industrial como base de una soberanía tecnológica y económica.
La automatización de grandes plantas podría verse como la vía blanca hacia un futuro en el que las tareas básicas de producción estén completamente en manos de las máquinas. Sin embargo, el evento de Aspen observa esta perspectiva con escepticismo. Lejos de rechazar la tecnología o rendirse a ella, muchas de sus sesiones han ido dirigidas a reforzar «la humanidad del ser humano» en plena era de automatización acelerada. La apuesta no es frenar el progreso, sino que no impida que el desarrollo se vuelva estructuralmente vulnerable.
La reflexión resuena con fuerza en el libro Poder y progreso, de Daron Acemoglu y Simon Johnson. La idea de que toda la innovación genera inevitablemente prosperidad se hunde al tiempo que Venecia. De hecho, buena parte de la historia del desarrollo económico está compuesta por tecnologías que concentraron poder y ampliaron las desigualdades. ¿Acaso la automatización no va a sustituir muchos trabajos?
Se debe replantear el rumbo del progreso. No se trata de frenarlo en nombre del ser humano, sino de democratizar la dirección que toma la evolución tecnológica. La automatización no es negativa en sí misma, siempre que sus beneficios se repartan de forma equitativa y los sistemas se diseñen para complementar, y no sustituir, el trabajo humano. Si el resultado es una productividad sin empleo, una eficiencia sin justicia o una digitalización sin voz para los afectados, el avance se convierte en una distopía.
La llamada de los profesionales converge, pues, en un mismo paradigma: el riesgo no es tecnológico, sino político. No se trata de oponerse a los algoritmos o la robótica, sino de evitar que se apliquen bajo la lógica del reemplazo ciego y sin rendición de cuentas. Farley apuntó que revivir la industria no es incompatible con automatizar, pero sí exige un nuevo pacto que se comprometa con la formación, indemnización y valoración de los trabajadores. El verdadero desafío no reside en elegir entre tecnología o trabajo humano, sino decidir cómo se integran ambos para construir un futuro más justo. Apostar por una economía esencial significa no dejar atrás a quienes sostienen el sistema productivo, sino ofrecerles un lugar digno en la nueva era tecnológica.