Pensar y decidir en la era de los ‘smartphones’

Nuestra relación con las herramientas digitales ha pasado a ser disfuncional y, en no pocos casos raya la patología, afirma el autor, que recuerda que la iGen es la generación con la peor salud mental en décadas y recomienda encontrar los espacios de conexión/desconexión para no convertirnos en adictos a la distracción
Guido Stein Martínez
5 de diciembre de 2022 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
Pensar y decidir en la era de los ‘smartphones’

La sociedad de la transparencia / no esclarece nada, porque es diáfana / sin luz

Nos encontramos en la era de la hiper-comunicación y de la hiper-conexión, que se caracteriza por la inmediatez ubicua, la inteligencia artificial que calcula y recalcula sin parar, los datos en cantidades oceánicas, y la ilusión de una libertad elección y de consumo, radicada en la yema de los dedos que tienen ante sí unas teclas tan numerosas que nunca podrán tocarlas todas.

Donde, como apunta Byung-Chul Han, la información por sí sola no ilumina el mundo, incluso puede oscurecerlo, el rápido aumento de la entropía informativa nos sumerge en una sociedad en la que se ha nivelado la distinción entre lo verdadero y lo falso, porque la información circula sin referencia a la realidad.

Los Big Data sugieren un conocimiento absoluto, una nueva era, pero en realidad, insiste Byung-Chul Han, lo que aportan son correlaciones: si pasa A entonces a menudo pasa también B, pero no descubre que A sea causa de B. La primera indica probabilidad, la segunda un nexo necesario, causalidad. La primera aporta correlaciones y patrones, pero no comprensión. El cálculo, a diferencia del pensamiento, permanece siempre igual.

La inteligencia artificial nunca alcanza el nivel conceptual del saber. No comprende los resultados de sus cálculos. El cálculo se diferencia del pensamiento en que no forma conceptos y no avanza de una conclusión a otra. Aprende del pasado, sólo elige entre opciones dadas de antemano, entre el uno y el cero. La inteligencia de las máquinas no alcanza la profundidad del enigma. La información y los datos no tienen profundidad.

Hay que reivindicar un pensamiento humano que vaya más y más acá del cálculo y resolución de problemas, que ilumine el mundo que nos circunda.

La influencia menos deseada de la digitalización

Existe una relación de suma cero entre las interacciones online y offline.

En Digital Minimalism, Carl Newport, defiende algo que es una lacerante obviedad, que nuestra relación con las herramientas digitales ha pasado a ser disfuncional, y, en no pocos casos raya la patología. Los grandes jugadores del sector han invertido billones de dólares para que nos entreguemos a las pantallas, cediendo el control de muchas horas de nuestros días. Los smartphones, internet digital, las plataformas que conectan miles de millones de personas han invadido nuestra vida cotidiana, cambiando radicalmente nuestros modos de hacer, sentir, incluso pensar. Vamos siendo conscientes del impacto de una actividad online ilimitada en nuestras mentes. Ya existen estudios empíricos de cómo afecta a los usuarios empedernidos.

Según estudios llevados a cabo en Estados Unidos relacionados con generaciones de los que se tienen datos empíricos desde 1930, nunca se había visto nada parecido. La iGen es la generación con la peor salud mental en décadas, y coincide con el hecho de que el smartphone estuvo al alcance de ellos de modo masivo. Ellos mismos lo reconocen sin tapujos: “No podemos vivir sin las redes sociales, aunque nos están enloqueciendo”. La aprobación social de otros se ha transformado en un potentísimo motor de una adicción comportamental.

Lo que lleva a una primera conclusión de que una comunicación persistente en forma de un procesamiento y envío sin apenas interrupción de todo tipo de mensajes cuenta con efectos negativos en los procesos químicos y neuronales que se producen en el cerebro de los estudiantes. Quizá se deba a que en general el cerebro los seres humanos no está programado para estar constantemente conectado. Los adolescentes principalmente y los demás en grados menores hemos perdido gran parte de nuestra capacidad de procesar emociones, reflexionar, distinguir lo que importa, construir relaciones personales sólidas o incluso desconectar de las redes sociales, para redirigir nuestra energía hacia otras actividades cotidianas; por lo tanto, no debe sorprendernos que esto lleve aparejado disfunciones de entidad.

Una nueva filosofía del uso de la tecnología para diagnosticar mejor

Una de las necesidades del ahora es renovar nuestra actitud hacia el uso de la tecnología, que nos permita mantener sus mejores ventajas de la tecnología y dejar de lado los efectos más perniciosos, apuntar a la eficacia a medio y largo plazo, frente a la distracción sin interrupción ya, que parece salvarnos de un aburrimiento y soledad que nos atemorizan, y que, sin embargo, son tan necesarios para encontramos con nosotros mismos.

Newport la denomina minimalismo digital, cuya idea central es muy antigua: menos puede ser más. El centro de la atención de nuestro tiempo online debe concentrarse en un número pequeño y cuidadosamente seleccionado de actividades que sirvan para cosas que de verdad importen, estando dispuestos a omitir las demás.

Hemos sobrevalorado la conexión a costa de la reflexión. Las innumerables veces que cada día miramos a la pantalla del móvil y las innumerables horas que gastamos delante de esa y otras pantallas apuntan demasiado a menudo a una razón: el miedo a aburrirnos. En tantos casos y tantas veces han dejado de ser una herramienta esencial para convertirse en una adicción. Hay que volver a pasar tiempo solos, recuperando el sentido de esa soledad en la que uno piensa, siente, ama, y sufre. Cada uno tiene que encontrar su ratio conexión/desconexión. Nos hemos hecho adictos a la distracción. La red es una tentación irresistible, por lo tanto, identificar y defender bloques de tiempo offline es esencial. En definitiva, se trata de reconfigurar la vida digital, y reconstruirla desde los cimientos con mayor sensatez, sometiéndola al sentido común, que es el que nos acerca a la realidad de quienes somos y de los que nos rodea, lo que nos ayudará decidir con criterio y actuar con eficacia.

Guido Stein es profesor del departamento de Dirección de Personas en las Organizaciones y Unidad Docente de Negociación de IESE Business School y colaborador de Atlas Tecnológico

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