Cartif: los usuarios, el verdadero motor de la innovación
En los foros sobre innovación solemos escuchar la misma lista de protagonistas: empresas, centros tecnológicos, universidades y administraciones públicas. Falta, sin embargo, la voz que da sentido a todo el sistema: la de los usuarios. No del “usuario” como figura abstracta que prueba un prototipo al final de un proyecto, sino de personas reales —directores de calidad, jefes de producción, responsables financieros, técnicos municipales—, con sus pains, que son los auténticos tractores de la innovación.
Por eso mi visión es situar a los usuarios en el origen y en la validación de las soluciones, porque si no la innovación corre el riesgo de convertirse en un ejercicio teórico y desconectado de la realidad. Cuando el ecosistema escucha y prioriza bien esos problemas, los recursos, las inversiones y los esfuerzos se orientan hacia lo que de verdad genera impacto.
Las políticas públicas han puesto el acento en financiar la I+D, como si desarrollar tecnología bastara para garantizar el progreso. La experiencia demuestra lo contrario: la clave no es solo crear tecnología, sino conseguir su uso y adopción masiva.
Ahí está la diferencia entre “desarrollar” y “transformar”: la transformación llega cuando la tecnología se integra en procesos, productos y servicios que la gente utiliza.
Incentivos
Para que la innovación responda a necesidades reales, se necesita un ecosistema al servicio de los problemas, en el que cada agente asuma un rol claro: los usuarios definen y validan la innovación; las empresas aportan capital y organización para que los usuarios validen; los centros tecnológicos y de investigación contribuyen con sus recursos, especialmente tecnologías y conocimiento, para reducir el riesgo de innovar; y las administraciones publicas alinean normas e incentivos y premian la participa ción activa de los usuarios.
Si queremos un sistema de innovación que genere ingresos, competitividad y beneficios sostenibles, necesitamos un sistema de incentivos que estimule la inversión privada en innovación. No basta con impulsar la subida de TRLs con proyectos financiados; es necesario premiar la adopción de los resultados conseguidos y el impacto demostrado en entornos reales. El sistema debería tender hacia: 1) Diseñar convocatorias públicas que premien la explotación efectiva de tecnologías más allá del proyecto de I+D. 2) Contar con incentivos fiscales vinculados a resultados, midiendo la parte del EBITDA atribuible a desarrollos implementados con éxito. Así se premia a quien convierte conocimiento en negocio y se amplía la base fiscal. 3) Bonificar Seguridad Social para los perfiles que promueven y validan la incorporación de tecnología. 4) Premiar a las empresas que hayan usado con éxito resultados de I+D en España, creando casos de referencia que actúen como mentoring para el ecosistema.
Poner al usuario en el centro funciona. Diseñar incentivos que premien a las organizaciones que involucran a los usuarios en su estrategia de innovación funciona. Todo eso activa un círculo virtuoso: la tecnología se alinea con necesidades reales, baja el riesgo al validar temprano, aumenta la adopción y escalabilidad, y atrae nueva inversión pública y privada.
Todo ello porque la innovación no comienza en un laboratorio ni en un despacho, comienza cuando alguien dice: “Tengo un problema que necesito resolver.” Nuestra misión colectiva es escuchar esa voz, actuar sobre esos problemas y convertirlos en motor económico.
Si premiamos la adopción, si reconocemos a los usuarios como origen y validadores del proceso, la innovación dejará de ser un concepto aspiracional y pasará a ser una herramienta efectiva de transformación económica y social. Ese es el sistema que Europa y España necesitan construir ahora.

Irene Hompanera

