
Historia ¿ficticia? de innovación en el futuro

Un día cualquiera de 2035. Laia García lleva conectada desde las 8:58 esperando a que su jefa, Carla Muro, entre en la videoconferencia semanal desde Madrid. La que hacen todos los miércoles a primera hora para revisar el estado de sus proyectos de innovación.
De momento, solo está Laia con Byron, el asistente profesional de IA Carla.
-¿Byron, sabes si le ha pasado algo?
-No tengo registros de que haya accedido a ninguno de los edificios corporativos desde la semana pasada. Le he enviado los recordatorios habituales antes de la reunión y los ha cancelado. Sí he detectado actividad en su terminal de trabajo. Si quieres, puedo conectarme con su IA personal para rastrear su posición actual.
Antes de que pueda responder, el reloj personal de Laia vibra con una notificación. «Reunión urgente de proyecto. Ubicación Distrito 3, Barcelona – Entrada trasera del antiguo Lab 7. CM»
Laia marca el código entra sin tocar. Ve las luces encendidas, el papel brillante de envoltorios de barritas energéticas por el suelo. Varias de pantallas flotantes tienen garabatos sobreescritos a mano. -¿Carla? Carla está frente a la consola, inmóvil. Tiene los ojos abiertos, pero perdidos. Frente a ella, un holograma de una persona anciana rodeado de pantallas. Junto a su escritorio elevado está un robot asistente, con un par de latas de bebidas energéticas.
Al fondo Laia se acerca.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Has dormido algo?
Carla intenta negar, pero no tiene fuerzas. Laia se sienta a su lado.
-Te traje esto —dice, dejando una botella de agua y un pack de proteínas vegetales embolsadas—, me tocaba a mí pagar el desayuno del lunes y no apareciste. Llevas varias semanas un poco rara, en los pasillos ya he oído que te han asignado a un proyecto especial, muy grande. ¿Te pasa algo? ¿Qué haces aquí en este cuchitril?
Carla sonríe, débil.
-La verdad, no tienes buena cara jefa. Si tu no estás en el laboratorio… todo se va a la mierda, ¿sabes?
-Eso suena a amenaza emocional.
-Déjame ayudarte —dice Laia. No quiero saberlo todo. Solo dime qué puedo hacer. Y haré el resto.
Carla la observa. En sus ojos no hay ambición. Solo una mezcla de respeto, miedo y cariño genuino. La inocencia de una chica de 21 años que quiere cambiar el mundo. Ella también fue así.
-¿Sabes lo que significa meterte en esto?
-No. Pero tú tampoco lo sabías. Y aun así empezaste. Y me has enviado un mensaje para venir a esta reunión de proyecto urgente, ¿no?
Carla asiente.
-Vale. Tienes acceso a los módulos de entrenamiento, con los agentes de IA para correr simulaciones. Puedes pedirle a mi IA personal que te haga un briefing con los detalles. No abras el canal cifrado de comunicación aún.
-Hecho. ¿Algún nombre clave?
Carla abre la pantalla y pasada unas gafas de realidad virtual a Laia.
-Bienvenida al Proyecto Fantasma.
Sus ojos se abren como platos, igual que cuando estuvo delante de su princesa Disney favorita hace años. Cuando aún existía la magia, con la inocencia de la inexperiencia, que aún no se ha dado de bruces con el mundo.
-Lo que ves es un gemelo digital humano —empezó Carla. Es una réplica viva de Marta, la madre de una amiga. Tiene sus datos clínicos, sí. Pero también sus emociones, sus recuerdos, sus grabaciones, su voz. Es un dataset combinado.
-¿Una copia emocional?
-Exacto. Pero no para consolar la. Para ayudarla a frenar el avance del ELA. Verás, desde que Kipnis y Hemmerle publicaron sus trabajos en los 2020s, sabemos que el sistema nervioso y el inmunológico están conectados. Y en los últimos años, se han hecho proyectos en Berlín y Singapur, que lo demostraron en modelos digitales: el estrés agrava la neurodegeneración. El vínculo emocional protege y retrasa las enfermedades.
-¿Y qué hace este gemelo entonces?
-Estoy todavía diseñando la demo. Pero el objetivo es que reaccione con ella. Hable como ella hablaba. Le recuerde cosas buenas, al final genera un entorno seguro, emocionalmente estable. Eso, según los estudios de FloridiLab en 2031, disminuye las señales neuroinflamatorias. El cuerpo deja de luchar contra sí mismo. El cerebro gana tiempo. La vida gana tiempo.
-¿Y lo estáis haciendo con una paciente real?
Carla asintió.
-Aún es un prototipo. Pero los datos del modelo digital son prometedores. Queremos probarlo en casa, en condiciones reales. Ahí tendremos que construir algo físico, que permita conectarse a la madre de mi amiga. Más allá de una diadema cerebral. Por esto he comprado un brazo robótico de segunda mano.
Laia tardó unos segundos en procesarlo todo.
-Entonces… ¿estáis haciendo todo esto fuera de la empresa?
Carla sonrió, por primera vez en días.
-Sí. Pero no lo digas muy alto. En innovación tecnológica, a veces es mejor pedir perdón que pedir permiso.
Este es un extracto de mi último libro “La vacuna”, en el que comparto mi visión de cómo será trabajar en proyectos de innovación en el futuro. El corazón del proceso serán los asistentes y agentes de IA, que nos ayudarán a procesar y generar información y conocimiento. Usaremos gemelos digitales incluso humanos, hologramas y realidad virtual/aumentada para acelerar las simulaciones y pruebas. Alimentaremos los algoritmos de IA con datos abiertos y confidenciales, a través de redes federadas seguras. E incluso los laboratorios contarán con robots asistentes y robótica de pequeña escala para prototipar productos físicos. Lo que no cambiará será el fin último de la innovación: resolver problemas de las personas a través de la tecnología.