El precio de la información, motor de cambio tecnológico

Establecer el valor de los datos se ha convertido en un asunto tan desafiante como necesario en nuestros días; con la Data Act, la UE quiere replicar a industrial, energético, retail y de servicios públicos lo sucedido en el sector financiero
Eugenio Mallol
29 de septiembre de 2025 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
El precio de la información, motor de cambio tecnológico

El valor de los datos se pone de manifiesto en la calidad de su transformación en conocimiento, en el modo en que una mayor cantidad de información se traduce en mejoras de productividad. Se espera que la cantidad global de datos crezca de los 33 ZB de 2018 a los 175 ZB del cierre de este año, según Data Age 2025 y la Global Big Data Analytics Data Guide, publicada por IDC. Más del 20% de ellos se transformarán en nuevos activos de datos, es decir, en recursos clave y factores de producción relevantes para el desarrollo económico y social.

La tarea de asignar valor contable a los activos de datos se ha convertido, por esa razón, en un gran reto global. Implicará renovar “las herramientas de medición y valoración de la era industrial, comúnmente utilizadas en las finanzas”, que deberán “actualizarse para una nueva era”, según Laura Veldkamp, de la Columbia Business School, una de las grandes expertas mundiales.

La OCDE atribuye la “mediocre” evolución de la mayoría de las economías avanzadas hasta la pandemia a su mayor poder de mercado derivado del dominio en la captación, almacenamiento y explotación de los datos. Su valor sólo se recoge parcialmente en las estadísticas macroeconómicas y financieras existentes. Así que, aunque suene paradójico, con los modelos actuales, cuanto mayor es el peso de los datos en la economía, más probable es que ésta muestre un comportamiento anodino.

La literatura acerca de cómo asignar valor a los datos es ya muy abundante, sin que exista todavía un consenso claro acerca del método ideal que debería aplicarse. El “enfoque de valor para las partes interesadas”, por ejemplo, busca medir el valor económico creado por los datos a clientes, empleados, proveedores, sociedad y el medio ambiente. La red de carreteras Highways England estimó que, en su caso, ascendía a 44.860 millones de euros, aproximadamente el 30% del valor de sus activos físicos.

Otros expertos se decantan por valorar los datos en función de los precios utilizados en transacciones reales de información, pero aún no existe un mercado bien definido para muchos tipos de datos y las valoraciones pueden basarse en información obsoleta. Además, el valor de los datos depende en gran medida del contexto: pueden tener valores diferentes según los proveedores, usuarios y organismos reguladores.

En general, la mayoría de las empresas utilizan los datos para fundamentar sus propias decisiones comerciales y optimizar sus flujos de ingresos, no los conciben como activos. Morgan Stanley Capital International es un ejemplo de empresa dedicada a la venta de datos en cuyo balance no aparece la palabra “datos”. Tampoco en el de Alphabet, matriz de Google, que debe a esa actividad una parte sustancial de sus 320.000 millones de euros en ingresos. En su caso, ha optado por tejer una vasta red de servicios con la intención, no de generar valor de forma independiente, sino de seguir incorporando datos a su negocio principal.

En el otro extremo, Experian, empresa de informes de crédito al consumo, sí incluye el concepto “bases de datos” y le asigna un activo neto de 402 millones de euros. Las empresas de estudios geofísicos recopilan datos como parte de sus contratos con las compañías petroleras y luego los venden a otras partes. En el caso de PGS ASA, una empresa noruega, el valor de su “biblioteca multicliente” en el balance asciende a 300 millones de dólares.

En China, las distintas administraciones han asumido la creación y operación de sistemas de intercambio de datos, con el objetivo de crear instituciones similares a las bolsas de valores. Aún representan una pequeña parte del mercado en el país, pero han servido para revelar problemas serios relacionados con la gobernanza de datos, como los derechos de propiedad, la falta de claridad en los precios y la desconfianza entre las partes que realizan las transacciones.

La foto fija de la OCDE hasta la pandemia situaba a Suecia, Reino Unido y Alemania como países relativamente intensivos en datos (5% del PIB de media), con la inteligencia de datos concentrando la mitad de ese valor. Italia, Francia y España se movían por debajo de la media total de la muestra, que era del 4,6% del PIB. Un enfoque conservador estimaba el valor de los datos sólo en Estados Unidos en esos momentos en 1,25 billones de dólares.

A las empresas les interesa comprender a fondo las características de la demanda de activos de datos para implementar estrategias de precios más precisas y porque, en muchos casos, podrían aprovechar sus propios activos para generar nuevos modelos de negocio. La venta de datos meteorológicos por parte de aerolíneas es un ejemplo recurrente desde hace años.

Hay que tener en cuenta también el alcance de medidas como las que acompañan a Ley de Datos de la Unión Europea, que entra en vigor el 12 de septiembre. En esencia, plantea la obligatoriedad de que los fabricantes de dispositivos conectados pongan a disposición de sus usuarios los datos que éstos generen, de modo que puedan compartirlos con otras empresas innovadoras capaces de proporcionarles nuevos servicios a partri de ellos. Para las grandes corporaciones no resulta una situación cómoda, pese a que puedan mantener un cierto control del proceso a través del contrato de cesión de los datos y a la garantía de que no se pueden transferir a competidores.

Sobre el papel, el potencial de la Data Act para crear nuevas propuestas de valor más atractivas para los consumidores es inmenso. La UE quiere replicar a industrial, energético, retail y de servicios públicos, entre otros, lo sucedido en el sector financiero con la entrada en vigor en 2018 de la Directiva de Servicios de Pago 2 (PSD2), que revolucionó la infraestructura bancaria tradicional y transformó todo el ecosistema.

La clave es adaptarse al cambio cuanto antes. Noemí Brito, de KPMG, sostiene que en este proceso “será fundamental contar con equipos multidisciplinares que integren negocio, tecnología y marketing, capaces de idear, desarrollar y testear nuevos modelos de negocio con agilidad, para aprovechar esta nueva ‘economía del dato’”.

Hay complejidades añadidas de gestión que justifican una estrategia amplia. Dado que los datos solo tienen significado en un contexto específico, se necesitan metadatos que ayuden a decidir cómo usarlos. Esta es una diferencia importante con otros activos: no hacen falta muchos metadatos para decidir si gastar un billete de 20 euros. Asimismo, conviene que los datos estén en movimiento, la mayoría de las organizaciones no obtienen un ROI (retorno de la inversión) significativo, porque los almacenan en las bases de datos específicas para las distintas aplicaciones o en hojas de cálculo de Excel.

José Bayoán Santiago, miembro del advisory committee del Bureau of Economic Analysis (BEA), encuentra muchos paralelismos entre los datos como activo y el software, con la salvedad de que las inversiones en aquellos se deprecian más rápidamente.

Respecto a esto último, la OCDE y el FMI consideran que contabilizar el uso las redes sociales gratuitas, financiadas por publicidad, como gasto de los hogares aumentaría la tasa de crecimiento del PIB en un 0,07%, y actualizar la medición de equipos y software de TIC en el IPC aumentaría la tasa de crecimiento en un 0,1%. Sin embargo, contabilizar el valor de los activos de datos sólo tendrá efectos si tiene en cuenta que se deprecian rápidamente y que sus derechos de propiedad son difíciles de hacer cumplir.

En última instancia, la incapacidad de valorar adecuadamente los intangibles constituye una barrera para los emprendedores, que podrían beneficiarse del reconocimiento del valor de dichos activos intangibles para acceder a la financiación que necesitan. Históricamente, el acceso a los datos se ha limitado a los fabricantes de equipos originales (OEM), que vendían aplicaciones con puertas de entrada (API) no estandarizadas y no siempre fiables ni accesibles. Todo eso debería cambiar con la Data Act y especialmente con la propuesta de ampliación para que los consumidores tengan derecho a compartir con terceros no solo los datos de su vehículo, por ejemplo, sino también sus funciones y recursos, como la capacidad de cargar y descargar la batería, en línea con la Directiva de Energías Renovables.

Las empresas deberán plantearse decisiones valientes en cuestiones como la externalización de actividades relacionadas con los datos, la contratación de talento especializado y la capacitación de los equipos existentes. Además, es muy probable que tengan que reestructurar los flujos de trabajo e incluso sus estrategias de monetización de datos si quieren lograr la eficiencia operativa y maximizar la creación de valor.

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