Bendita Paciencia (de las catedrales medievales a la innovación del siglo XXI)

En un mundo que idolatra la rapidez, reivindicar la paciencia es algo casi revolucionario, pero resulta clave para el éxito en el ámbito de la innovación, son muchas las grandes historias empresariales que se han consolidado gracias a la paciencia y en Atlas Tecnológico se considera un factor fundamental
Pablo Oliete
6 de septiembre de 2025 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
Bendita Paciencia (de las catedrales medievales a la innovación del siglo XXI)

Y ya vamos por cuarenta AtlasTech Review. Como siempre les digo a mis hijos, tú ponte a contar uno, dos, tres… hasta 40. Esfuerzo, perseverancia, entusiasmo y cómo no… mucha paciencia. Mi hijo menor, Álvaro (13 años), me decía este verano que he dejado de estar obsesionado con la figura de Juan Roig, presidente de Mercadona y Lanzadera, para pasar a estarlo por la de Steve Jobs, cofundador de Apple. La verdad es que algo de razón debe de tener. Sé que voy un poco desfasado, pero leer en detenimiento la biografía de Steve Jobs, escrita por Walter Isaacson, y publicada el 24 de octubre de 2011, tras su muerte el 20 días antes, reconozco que no es estar al último grito, pero tenía mucho sentido volver a coger el libro, con mucha más profundidad, para poder aprender de aspectos de gestión empresarial que para mí tienen gran interés en estos momentos.

Vivimos en una época en la que todo parece medirse en el corto plazo: las métricas de impacto se evalúan por trimestres, las startups buscan el exit entre tres y cinco años, las redes sociales marcan el pulso de lo inmediato. Sin embargo, la historia y la experiencia empresarial nos recuerdan que las transformaciones verdaderamente significativas necesitan paciencia. La impaciencia es enemiga de la grandeza.

Hoy reivindico la cultura de la paciencia como complemento indispensable a la cultura del esfuerzo. Porque esforzarse es vital, pero sin la serenidad y la perseverancia que aporta la paciencia, ese esfuerzo puede diluirse en frustración.

En uno de los primeros cafés compartidos con el equipo de Atlas Tecnológico, tras el descanso vacacional, surgió la conversación de cómo la paciencia ha perdido peso entre las fortalezas o virtudes que esperaríamos entre los nuevos profesionales y emprendedores. ¡Hay si Aristóteles levantara la cabeza! Todo surgió porque comentábamos lo que cuesta adquirir maestría en el uso de un instrumento musical, entre los miembros de nuestro equipo hay varios músicos. Enseguida ha surgido un ejemplo habitual: el poder de la paciencia para los constructores de catedrales. En la Edad Media, podían tardar 200 años. Quienes colocaban la primera piedra sabían que nunca verían terminada la obra. Y, sin embargo, trabajaban con una entrega absoluta.

Esa paciencia no era pasividad. Era esfuerzo sostenido, trabajo diario, compromiso compartido. En catedrales como Chartres, Burgos o Colonia, lo admirable no es solo la belleza final de la obra, sino la convicción de quienes, sabiendo que no la disfrutarían terminada, dedicaron su vida a ella. La enseñanza es clara: la paciencia no significa esperar sin hacer nada, sino trabajar cada día por algo que requiere tiempo en madurar.

Para que mi hijo Álvaro no diga que me he olvidado de Juan Roig, para mí, es un ejemplo de empresario y ha convertido a Mercadona en una de las compañías más admiradas de Europa gracias a una estrategia clara: esfuerzo, reinversión de beneficios y compromiso con el cliente. Pero hay algo que suele olvidarse en su relato: el papel de la paciencia. Roig tardó décadas en consolidar su modelo. El sistema de interproveedores, clave en la competitividad de Mercadona, empezó a desarrollarse en los años 90 y necesitó casi veinte años para mostrar plenamente sus frutos. No entro a valorarlo, más cuando yo soy un declarado defensor de las marcas, sólo indico que es una innovación que a él le ha dado resultado pero que tardó bastante en ajustarla.

Steve Jobs, cuyo genio ha sido mitificado en Silicon Valley, tampoco fue un triunfador exprés. Tras fundar Apple y lograr un éxito temprano con el Apple II y el Macintosh, en 1985 fue despedido de la propia compañía que había creado. Muchos lo habrían dado por acabado. Sin embargo, Jobs tuvo paciencia. Fundó NeXT, una empresa que no alcanzó grandes ventas pero que sentó las bases tecnológicas de Mac OS X. Apostó por Pixar, que tardó años en lanzar su primera película antes de convertirse en un estudio revolucionario. Doce años después de su salida, en 1997, Jobs regresó a Apple para iniciar la etapa más brillante de la compañía. El iPhone, presentado en 2007, fue el resultado de más de cinco años de desarrollo en secreto y de décadas de maduración de ideas.

La lección es clara: los grandes proyectos no surgen de la improvisación, sino de la capacidad de sostener una visión en el tiempo, a pesar de fracasos y retrocesos. Dicho esto, no considero a Jobs un modelo a seguir prácticamente en nada, pero sí he aprendido a entender cómo fue capaz de construir grandes equipos y sobre todo a tener mucha paciencia consigo mismo. Tengo la sensación de que sufría con su forma de ser.

La paciencia y el esfuerzo son dos caras de la misma moneda. El esfuerzo es condición necesaria, pero no suficiente. Sin paciencia, el esfuerzo genera frustración; sin esfuerzo, la paciencia se convierte en resignación. Solo cuando ambos se combinan aparece la posibilidad del verdadero éxito. La cultura de la paciencia implica aceptar que los resultados transformadores no se miden en meses, sino en décadas.

Y por supuesto, la paciencia requiere de mucha motivación. Me quedo con una reflexión de Jobs que me permito trascribir en parte: “Cuanto más viejo me hago, más me doy cuenta de lo mucho que importa la motivación… Creamos el iPod para nosotros mismos, y cuando estás fabricando algo para ti mismo, o para tu mejor amigo o para tu familia, no vas a conformarte con cualquier chapuza. Si no te entusiasma algo, entonces no vas a dar un paso más de lo necesario, no vas a trabajar ni una hora más, no vas a tratar de poner en duda el statu quo”. Como dice el gran Eugenio Mallol, “El Entusiasmo es fundamental y forma parte de las tres E: Excelencia, Entusiasmo y Esfuerzo necesario. Con eso se llega a donde sea”.

Este otoño comienza un último cuatrimestre decisivo para Atlas Tecnológico. Y, sin embargo, no lo vivimos como una carrera de velocidad, sino como lo que realmente es: una carrera extrema de larga distancia. Cada evento, cada proyecto compartido, cada acción conjunta con nuestros socios es una piedra en la catedral que estamos levantando. Como los constructores medievales, sabemos que la obra es más grande que nosotros mismos, y que su valor radica en lo que deja para las generaciones siguientes.

Atlas Tecnológico no busca un impacto inmediato. Su objetivo es consolidar un ecosistema industrial y tecnológico que aporte valor sostenible al tejido productivo español. Una tarea que requiere visión de futuro, constancia y, sobre todo, paciencia. La historia nos recuerda que el verdadero éxito no está en la inmediatez, sino en la capacidad de perseverar en el tiempo. En un mundo que idolatra la rapidez, reivindicar la paciencia es casi revolucionario. Bendita paciencia, porque sin ella no hay esfuerzo que dé fruto, ni innovación que madure, ni proyectos que perduren.

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