Las consecuencias de ser un país ‘granted by design’
España ha ido abandonando la innovación de base científico-tecnológica y ha condicionado su I+D a la disponibilidad de ayudas, un modelo que han imitado nuestros grandes compradores de tecnología, como Telefónica, según el autor, que advierte de que la entrada de Saudi Telecom en la operadora pone de manifiesto la debilidad de ese modelo y sitúa en una posición delicada a todo el tejido de empresas que han vivido a su sombra
El presidente de Telefónica, José María Álvarez Pallete, interviene en el Foro La Toja 2019. / TELEFÓNICA
Un país granted by design se caracteriza porque en él las ayudas públicas no son un incentivo para impulsar la innovación basada en demanda, sino un condicionante para articular la oferta. España decidió convertirse en esa clase de territorio cuando, a finales del pasado siglo, atisbó que la opción más sencilla y más rentable a corto plazo, para cubrir las necesidades de tecnología que tenían el tejido productivo y la sociedad en el proceso de modernización al que se vieron obligados por la entrada en Europa, era comprarla fuera y no apostar por una industria propia que fuera capaz de desarrollarla. Eso era mirar a largo plazo, una cosa para tontos e ilusos.
Muchos se hicieron de oro como distribuidores, integradores y comisionistas importando tecnología de terceros. Eran y son objeto de admiración en un país que sigue al dinero y no al conocimiento. Se han forrado literalmente y durante varias décadas han ido dando lecciones al mundo mundial sobre lo que es y lo que no es la innovación, mientras los grandes actores tecnológicos se distanciaban cada vez más de ellos y de España en general.
Si en un mercado eres el comprador, aparentemente tienes la posición de fuerza, pero si el conocimiento está en manos de otros se trata de una simple ilusión. Cuanta más tecnología les compres, más te dirán que eres un líder en innovación en banca, en retail, en energía, en infraestructuras, más te convencerán de que en todo le das sopas con ondas a cualquiera en el mundo. Y el intermediario, encantado de la vida. Pero, en realidad, eres la parte más débil y dependiente. Nadie quiere comprar a un comprador, salvo que esté a precio de saldo y tenga un mercado altamente dependiente de él.
España es un país granted by design porque las empresas, en un porcentaje altísimo de los casos piden ayudas, no para generar tecnología, sino para comprarla e implantarla. La innovación viene a ser la respuesta a esta pregunta: ¿qué soluciones hay en el mercado para convertir mi idea en una realidad, quién me las puede vender y cuánto dinero puedo recibir vía subvención? Si no hay fondos públicos, no se ‘innova’, y punto.
El problema con la mayoría de nuestras grandes corporaciones multinacionales, como Telefónica, es que se han convertido en miniestados granted by design dentro de un Estado granted by design. Menudo galimatías. Pero muchos saben moverse en él sin problemas. Nada más apetitoso para un comisionista, integrador y distribuidor de tecnologías de terceros que meter cabeza en la compañía dominante de un mercado cautivo.
En lugar de seguir creando a su alrededor un tejido industrial con fuerte base tecnológica, como hicieron en su día presidentes como Antonio Barrera de Irimo o Luis Solana, Telefónica se ha ido convirtiendo en un conglomerado regido por criterios financieros. El peaje que ha tenido que pagar son sus asfixiantes compromisos de inversión en redes (para extender tecnología de otros) con los que seguir manteniendo el control del mercado, su miniestado.
Una enorme bolsa de empresas han vivido durante décadas a la sombra de esa Telefónica que se olvidó de innovar, que apenas solicita 12 patentes europeas al año. Hoy es un gigantesco comprador, cuyo presidente, cómo no, compadrea con el CEO mundial de Microsoft, Satya Nadella. Por supuesto. La clave es mantener en el cliente la ilusión de que es él el que innova. Como diría Javier Sirvent, es de primer curso de Marketing.
Al comprador nadie quiere comprarlo, digo, uno lo que quiere es estar en el mercado en posición de vendedor. Pero nada menos que Saudi Telecom, una empresa estatal, de un régimen que encarna prácticamente todos los valores contrarios al concepto de civilización y de dignidad humana presentes en las raíces europeas, aliado de la peor calaña del autoritarismo mundial, con Rusia a la cabeza, con la que coopera en el estrangulamiento de nuestro continente mediante recortes en la producción de petróleo, llega y compra casi el 10% de Telefónica como quien va por el mercado y escoge la fruta del postre. Se convierte en socio de referencia por 2.100 millones de euros.
Una humillación para España, sin paliativos, que debería abrir los ojos de muchos acerca de nuestro lugar exacto en la carrera de la innovación científico-tecnológica global. Un duro correctivo para tantos miles de empresas que se han acostumbrado a vivir en el modelo granted by design configurado en torno a Telefónica. Y un problema de seguridad nacional, por los enormes vínculos estratégicos que el Ministerio de Defensa tiene con la empresa. Quizás no quisieron creerlo, o no se han tenido en cuenta sus advertencias, pero era de cajón. Ahora lo que toca, en un país como el nuestro, es un poco de intervencionismo para que todo siga igual.