Renunciar a los expertos lleva a vías muertas… que no te pase lo de Renfe

Asistimos a las consecuencias de un país que antepone la designación de cargos con criterios políticos frente a técnicos en la gestión de infraestructuras críticas, Renfe ha tenido los mismos presidentes desde la llegada de José Blanco que en los 30 años anteriores, y el problema es que eso se extienda a las decisiones de innovación empresarial: mucho cuidado con hacer seguidismo de planes de ayudas públicas que no están bien diseñados simplemente porque aseguran liquidez
Eugenio Mallol
11 de mayo de 2025 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
Renunciar a los expertos lleva a vías muertas… que no te pase lo de Renfe

Anda el presidente de Renfe, Álvaro Fernández Heredia, intentando encontrar (rebusca incluso entre los armarios del pasado) fórmulas para tapar las vías de agua que tiene abiertas la compañía y, en general, la red ferroviaria española. El declive que experimenta la calidad de servicio en pasajeros y mercancías resulta una ironía especialmente macabra en el país que ha marcado la innovación a escala europea en algunos ámbitos críticos.

Somos líderes mundiales en kilómetros con ERTMS, por ejemplo, la tecnología de control de la conducción que España tuvo la iniciativa de desarrollar para poner fin al maremágnum tecnológico del continente. Nuestro Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (Cedex) es una autoridad indiscutible en la materia, junto a los laboratorios de Alstom y Siemens Mobility.

Pero ser rápidos, si no se mantiene la tensión innovadora en el tiempo, no siempre resulta una buena idea. La versión 3.0 del ETCS, el sistema de señalización y control-mando incluido en el ERTMS, ha obligado a Renfe a actualizar todo el software heredado, aquel que nos puso a la vanguardia en su día. Un dolor de cabeza, claro, derivado de la pérdida de iniciativa. Y el sistema global de comunicaciones móviles GSM-R, otro de los componentes clave del ERTMS, también está en el punto de mira por sus posibles vulnerabilidades en materia de ciberseguridad.

Pero más allá de las cuestiones coyunturales, el problema de fondo clave es que, como en otros órdenes de nuestra Administración pública, en el seno del Ministerio de Fomento ha cristalizado una división profunda entre dos estamentos cuya actividad discurre ahora sencillamente en paralelo: el de los expertos técnicos y el de los dirigentes de designación política. ¡El argumentario! ¡X! Ese es el asunto fundamental, según he podido constatar.

La calidad de criterio de base tecnológica ha sido paulatinamente laminada en la toma de decisiones, y la situación se ha vuelto insostenible. Hace ya un tiempo, se decía que el influjo político llegaba hasta el segundo escalón, el de los secretarios de Estado, y a partir de los directores generales se imponía el mérito técnico. Eso ya no es así. No hay que confundir sector público con partido político, una regla de oro de toda democracia que se precie que España lleva muchos años soslayando.

La esclerosis, cuentan las voces del interior de Fomento, comenzó a extenderse con la llegada al Ministerio de José Blanco en 2009, por entonces vicesecretario general del PSOE, tras ocho años como secretario de organización. Desde mediados de los años 80, cuando Renfe era una verdadera calamidad, la compañía había tenido seis presidentes, había consolidado en el mercado y en la sociedad una imagen moderna y fiable y había superado desafíos como la entrada de lleno en la alta velocidad.

José Blanco nombró, él solo, a dos presidentes de Renfe: Teófilo Serrano (2009) y Julio Gómez Pomar (2012). La compañía entró entonces en una dinámica de paulatina colonización política que continuó con la llegada de Ana Pastor, del PP. En 2014, designó a Pablo Vázquez Vega, a quien sustituyó dos años después Juan Alfaro Grande, ya con Íñigo de la Serna. José Luis Ábalos eligió para el puesto a Isaías Taboas en 2018 y Raquel Sánchez lo relevó por Raül Blanco Díaz (2023), quien acaba de dejar paso a Álvaro Fernández Heredia (2025) ya con Óscar Puente como ministro.

La historia reciente de Renfe debe servirnos de referencia de lo que no conviene hacer en el ámbito de la innovación. Conviene apresurarse en el desarrollo de tecnologías como el ERTMS, pero con una visión a largo plazo que permita consolidarlas en el negocio y seguir adelantándose en cualquier actualización (hoy Francia y Alemania, que aguardaron su momento sin prisas, lideran la transformación del ferrocarril). Resulta esencial, asimismo, un modelo de liderazgo basado en conocimiento experto, que anteponga el criterio técnico como herramienta de ejecución de las decisiones estratégicas.

Pero, sobre todo, la lección que debemos aprender de la descomposición de la Renfe que fue (podemos llevarlo también al fenómeno Red Eléctrica, a las cajas de ahorros y a otros muchos ámbitos en los que la politización ha actuado como un verdadero virus) es que el partidismo político es tóxico cuando se pone en la locomotora de la innovación. Y no sólo hay que pensar en empresas públicas: cuántas empresas privadas están condicionando sus decisiones de base tecnológica y su innovación a planes de ayudas públicas no exentos de carga ideológica, que no siempre cuentan con un respaldo sólido desde el punto de vista técnico. Manifiestamente mejorables, vaya. Planes nacionales, autonómicos y locales, del PSOE, del PP, de Junts, de Vox, de Sumar o del PNV, que conducen a vías muertas porque están mal diseñados, por mucho dinero público que haya detrás. Al César lo que es del César, pero no más.

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