
La ‘recesión de la amistad’ no le conviene a la inteligencia artificial

Para justificar el título de su libro Gracias por llegar tarde, el columnista estadounidense y experto en tecnología Thomas Friedman contaba la anécdota de un encuentro en una cafetería del centro de Washington DC, muy cerca de las oficinas de The New York Times donde escribe dos veces por semana. Su invitado se retrasó y le pidió disculpas por ello, a lo que Friedman respondió dándole las gracias: le había regalado un tiempo valioso para reflexionar con tranquilidad.
“En un momento como éste, optar por hacer una pausa y reflexionar en lugar de sucumbir al pánico o replegarse es una necesidad. No es un lujo ni una distracción. Es una manera de aumentar las probabilidades de entender mejor el mundo que nos rodea e interactuar de forma productiva con él”, escribe en las primeras páginas del libro.
Es sorprendente, en efecto, que hayamos llegado al extremo de tener que reivindicar pausas en nuestra vida para pensar. Lo mismo sucede con la amistad. Ha dejado de estar de moda y los mensajes que nos llegan sobre ella rezuman conmiseración. La Harvard Kennedy School habla de la “Recesión de la amistad” y la red está repleta de expresiones grandilocuentes sobre la gran pérdida a la que estamos asistiendo.
Derek Thompson se decanta por la expresión “siglo antisocial” en The Atlantic. Y en su “Un toque de amistad” para Culture Study, Anne Helen Petersen incluye el subtítulo “las décadas más solitarias no son lo que piensas” y comienza con así: “Pregúntate, aparte de la familia, ¿cuántos amigos cercanos tienes?”
La retahíla de datos es tan elocuente como abrumadora. Casi el 40% de los estadounidenses tienen amistades exclusivamente online. Las cenas en solitario han aumentado un 29% en los últimos dos años. Los adolescentes pasan solo 40 minutos al día en persona con sus amigos fuera del horario escolar, en comparación con los 140 minutos diarios de hace casi dos décadas.
El porcentaje de adultos estadounidenses que declaran no tener amigos cercanos se ha cuadruplicado desde 1990 y alcanza ya el 12%, mientras que el porcentaje de quienes tienen diez o más amigos cercanos se ha reducido casi al triple. Puede deberse al papel configurador de la identidad que tiene el trabajo en ese país: el 77% de los norteamericanos trabaja más de 40 horas a la semana y pocos aprovechan sus vacaciones pagadas al completo.
Nos sobresalta este sentimiento de ausencia precisamente en un momento en el que necesitamos recuperar, como nunca antes quizás, el lado humano auténtico de las personas. Es en la presencia real, en el encuentro desintermediado con los otros (y con nosotros mismos también), donde se manifiestan todas esas cualidades que nos diferencian de las máquinas. Esas que debemos reforzar ahora si queremos sacar el máximo partido de la inteligencia artificial.
Las empresas más competitivas serán aquellas que permitan a sus profesionales pensar y crear, como reivindica Friedman. Y, en un sentido similar, lo serán también las que entiendan el valor de la relación con los otros, y de forma principal de la amistad, que contiene las esencias para componer el perfume de la colaboración. Habrá que ver cómo construimos la colaboración humano-máquina con personas que son incapaces de tener amigos. ¿Las enclaustraremos en el espectro de la funcionalidad?
Al nuevo ciclo tecnológico que se empieza a levantar con los primeros estertores de la inteligencia artificial generativa no le convienen personas solitarias y desconectadas de la sociedad en presencia. La soledad no aporta valor. Los sistemas artificiales se valen por sí solos con los datos adecuados. Siempre he pensado que estamos a la espera de una era romántica en la que el contacto con el mundo venga para despertarnos. Ojalá llegue de forma pacífica.