La materia de la revolución digital
Europa ha tratado con desinterés hasta muy recientemente el desafío de las materias primas clave para los dispositivos de la revolución digital y, aunque ahora surja la amenaza de un III Bretton Woods liderado por China, el autor considera que el camino por recorrer vía innovación y tecnologías de reciclaje es tan amplio que no se puede dar por terminada la partida todavía
Nunca olvidaré la expresión de alivio, sorpresa y satisfacción de algunos de los investigadores de la Universidad Carlos III cuando propuse, como una de las tendencias tecnológicas de 2021, “La revolución de las materias primas”. En la reunión de trabajo previa a la publicación del informe, me confesaron que no les estaba resultando nada fácil hacer comprender el valor estratégico del asunto a la Administración y a la opinión pública. A quién le podía preocupar de dónde venían los materiales con los que se fabricaban los dispositivos de la era digital, ¡minas fuera!
Pero es un tema nuclear, sí. Porque la revolución tecnológica no sólo va de lo digital, sino de la materia que la sostiene. Desde hace años, los países y las compañías líderes destinan un volumen creciente de recursos a lograr nuevas funcionalidades de los materiales conocidos y a encontrar nuevos materiales capaces de proporcionar las mismas funcionalidades que se obtienen de otros con desventajas desde el punto de vista de la lucha contra el cambio climático o en el plano estrictamente geopolítico.
Ahora que se plantea la posibilidad (poco creíble) de un III Bretton Woods, tras este análisis de Zoltan Pozsar para Credit Suisse en el que relaciona la dependencia de Occidente de determinados proveedores de materias primas, la invasión de Ucrania ordenada por Putin y las ansias expansionistas del Banco Central de China, es importante considerar los antecedentes de desinterés, pero también las posibilidades por explorar en un ámbito en el que hay mucho camino por recorrer y todavía no se ha dicho la última palabra.
Europa ha despertado muy recientemente y, pese a contar desde hace una década con serias advertencias al respecto, ha empezado a movilizar recursos y regulación. Sólo se recicla un 10% de las baterías en el mundo porque en función del fabricante el material es distinto y porque no hay una codificación estandarizada, de modo que el que tiene que reciclar no dispone de un criterio uniforme. Además, las empresas son cajas negras y no dan información sobre los outputs, es decir, sobre lo que emiten y el uso que hacen de los recursos. En tema medioambiental no se sabe con precisión qué pasa con los inputs desde que llegan a las empresas, ni con los residuos dan datos parciales.
Recomiendo este informe en el que se analiza la situación de Europa en cada uno de los materiales escasos clave para la revolución digital. En su conclusión invita, por un lado, a explorar las opciones para reemplazar estos materiales críticos por otros comunes sin una pérdida significativa de rendimiento y, por otro lado, a reducir la demanda de materiales críticos mediante su sustitución por materias primas secundarias. “Es evidente que el reciclaje debe aumentar significativamente, ya que las tasas actuales de reciclaje se reducen a cero”. Un III Bretton Woods perjudicial es evitable si reaccionamos a tiempo.