El buen intermediario
Precisamente en el momento en el que más necesidad tenemos de referentes que nos ayuden a disponer de la mejor información, en la mejor tradición del liberalismo cultural, la figura del 'middleman' está sometida a sospecha por las ansias de descentralización de los movimientos Woke y Alt-Right y por el uso de la información de los usuarios por parte de los actores de internet
Hay motivos para desconfiar de los intermediarios. Es una de las paradojas ulcerosas del complejo momento actual, en el que sobre los condicionantes geopolíticos con incidencia en el mercado, se imponen estrategias originadas en inteligencia, desacopladas de la racionalidad económica, política y hasta de la estrictamente militar… y de la sanitaria. Urgen referentes válidas. Pese a su mala prensa desde el estallido de la web, la figura del middleman que aporta confianza resulta más necesaria que nunca.
La dinámica de polarización dominante preocupa por su capacidad potencial para desestabilizar las bases de la democracia, si no se contiene adecuadamente. En EEUU, a la división entre los extremos Woke y Alt+Right ha venido a sumarse la emergencia de la movilización de la Generación Z, con una primera victoria electoral en Florida. En todos los casos, se aboga por tecnologías y soluciones de desintermediación y descentralización: unas veces para no depender de las grandes corporaciones, otras para no hacerlo del Estado, y otras probablemente para construir un nuevo mundo virtual.
Son esfuerzos contraintuitivos, porque, como pone de relieve en The Atlantic la autora de The Risen of the Middleman Economy, Kathryn Judge, “en lugar de deshacerse de los intermediarios, internet ha creado otros completamente nuevos”, con el añadido de que “toda la infraestructura, la experiencia y las relaciones que desarrollan para ser buenos conectores también les dan un poder enorme en el mercado y en las cámaras legislativas”.
A veces les sale el tiro por la culata. Cuenta Q McCallum que, a diferencia de los sitios de citas, en los mercados financieros el objetivo es unir a puntos de vista opuestos: la clave es encontrar a inversores dispuestos a posicionarse a favor y en contra de que algo suceda, y que el destino decida. En la fase previa a la crisis de liquidez que estalló en 2008, la banca tenía un aluvión de peticiones de valores respaldados por hipotecas, pero faltaba la contraparte que apostara en sentido inverso. Su solución consistió en desempolvar el concepto de swap de incumplimiento crediticio (CDS) e idear un contrato estándar fácilmente negociable. El resultado es bien conocido. “El intermediario gana dinero precisamente cuando no tiene ningún interés en el resultado a largo plazo de juntar a las partes”, concluye McCallum.
Nudo gordiano apasionante en el que nos encontramos desde el punto de vista conceptual. No resulta sencillo determinar si conviene o no a la sociedad y a la economía vivir al margen de los intermediarios, como prometen tecnologías como el blockchain y las variantes cripto, y de no ser así qué papel deberían asumir. Hasta la BBC ha tenido que soportar el acoso de Boris Johnson y del wokeísmo en auge también en su país (de nuevo, los dos extremos se tocan) y reivindicarse como modelo útil de intermediación al servicio del interés general. Su argumentario se basa en la tradición del liberalismo cultural, distinto del económico, que está en la base de la revolución tecnológica que ha conducido a la sociedad digital. Busca entes neutrales centrados únicamente en propiciar el acceso de todo el mundo a la mejor información. Y arrímate a ellos, vienen curvas.