¿A qué vas a dedicar el tiempo de trabajo que te libere la IA generativa?

Cuando le formulé la pregunta a un directivo de una empresa de servicios tecnológicos, su respuesta me supo a poco: “haremos más”. No es lo que se están planteando, por ejemplo, en el ámbito de la educación. En los países de la OCDE, los docentes dedican de media aproximadamente la mitad de su tiempo semanal a la enseñanza y la otra mitad, unas 17 horas, a actividades de organización y planificación que podrían dejar en manos de las máquinas para emplearse en actividades nuevas más enriquecedoras.

En el aula, sólo el 78% del tiempo se dedica a actividades de aprendizaje, mientras que otro 13% se utiliza a gestionar el comportamiento y el 8% a tareas administrativas. Gracias a los desarrollos de aplicaciones en el ámbito de la inteligencia artificial (IA) generativa, McKinsey estima que los profesores pueden reasignar entre el 20% y el 30% de su tiempo a actividades que ayuden a mejorar el aprendizaje de los estudiantes.

Uno de los campos más prometedores en ese sentido tiene que ver con el desarrollo de habilidades sociales y emocionales. Hoy en día, se dedican alrededor de 3,5 horas semanales a ello en los sistemas de educación occidentales y el potencial de aumentarlas reasignando el tiempo ahorrado en otras tareas resulta evidente.

La pregunta acerca de a qué vamos a dedicar en nuestras organizaciones el tiempo que nos libere la IA generativa debería estar respondida ya a nivel de dirección. La solución obvia es, como me decía el ejecutivo, hacer más. Pero la más inteligente parece otra: hacerlo mejor. Aumentar el peso de las actividades ligadas a la creatividad y a la innovación, la principal arma de competitividad en el futuro en un entorno habilitado por software.

Chris Baraniuk repasaba recientemente en BBC Future la incansable búsqueda del sector tecnológico de fuentes externas de aleatoriedad como base para generar números aleatorios, verdaderamente imposibles de predecir y, por tanto, de descifrar. Desde la compra en 1997 de un aparato de radio analógica barata con mucho ruido estático en Berkeley, por parte de un grupo de amigos que convirtieron esos sonidos en números para crear random.org, hasta las mediciones de tormentas eléctricas, gotas de lluvia sobre el vidrio o ríos de lava.

Acabamos de asistir a un nuevo desastre digital global debido al fallo en una actualización proporcionada a Microsoft por su proveedor de seguridad Crowdstrike. Una parte sustancial de ese mundo habilitado por software ha caído como un castillo de naipes en un abrir y cerrar de ojos… otra vez. Ni siquiera ha sido necesaria (según la versión oficial) la participación de ciberdelincuentes, el propio sistema se ha encargado de autolesionarse solo.

Sobre nosotros se está desplegando una formidable infraestructura de telecomunicaciones y observación (también armas láser capaces de inhabilitar drones, por qué no decirlo) en forma de megaconstelaciones. Rusia ha sido capaz de hackear el sistema de geoposicionamiento norteamericano GPS para evitar el seguimiento a su presidente Vladímir Putin. Vivimos en un estado de equilibrio tecnológico siempre bajo sospecha.

Para dotarse de herramientas que potencien la imprevisibilidad y ayuden a nuestras organizaciones a seguir operando, incluso en esas ocasiones en las que el imperativo de trabajar habilitadas por software viva uno de esos momentos tan suyos de colapso, estará bien empleado el tiempo que nos libere la inteligencia artificial generativa. ¿Hacer más o hacerlo mejor?