
¿Puede reproducirse en la UE la batalla contra la ciencia y la tecnología de Trump?

En los dos últimos ciclos electorales (2013-2018 y 2018 2022) el porcentaje de votos de los partidos extremos en las elecciones legislativas nacionales aumentó del 19% al 22% en toda la UE.
Un reciente trabajo de investigación lleva el elocuente título de “The political extremes and innovation: How support for extreme parties shapes overall and green scientific research and technological innovation in Europe”. Lo firman investigadores de la London School of Economics, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Fuyao en China y KU Leuven en Bélgica. Demuestra que el apoyo a los partidos políticos extremistas está vinculado a una menor investigación y una menor innovación tecnológica a nivel regional en la UE, tanto en términos globales como en el campo específico de la sostenibilidad medioambiental. Este resultado sería válido independientemente de si se considera el apoyo a partidos de extrema izquierda o derecha, aunque el apoyo a estos últimos tiene una conexión negativa más pronunciada con la investigación y la innovación verdes.
Los partidos extremos, afirman los autores, a menudo muestran un profundo escepticismo hacia la experiencia y la ciencia, y los partidos de extrema derecha, en particular, desafían la legitimidad del cambio climático; una actitud que puede debilitar la investigación y la innovación verdes. En su trabajo se basan en datos de 1.137 regiones de la UE, incluidos los registros de publicaciones científicas y patentes. Su conclusión es que un mayor apoyo a los partidos extremos se asocia con niveles más bajos de investigación científica e innovación tecnológica, tanto en general como en sus formas verdes.
Si bien este patrón es visible en todo el espectro político, surgen diferencias importantes. El apoyo a los partidos de extrema derecha está constantemente ligado a la reducción de la producción de investigación y el rendimiento de la innovación, particularmente en los sectores tecnológicos verdes. Por el contrario, la relación con el apoyo de la extrema izquierda es más variable, dependiendo del grado de radicalismo, y no muestra una conexión negativa consistente con la innovación verde.
En paralelo, la capacidad de la inteligencia artificial (IA) para realizar investigación no trivial con razonamiento teórico y rigor metodológico comparables a los de investigadores experimentados, aunque con limitaciones en los matices conceptuales y la interpretación teórica, no deja de avanzar. No dejan de darse pasos hacia una IA capaz de probar hipótesis mediante experimentos en el mundo real y de acelerar el descubrimiento mediante la exploración autónoma de regiones del espacio científico que, de otro modo, las limitaciones cognitivas y de recursos humanos podrían dejar inexploradas.
Ambos fenómenos podrían conducirnos, curiosamente, a un resultado similar. Tanto el auge de los movimientos políticos extremos como el creciente protagonismo de la IA en la investigación plantean importantes preguntas sobre la naturaleza de la comprensión científica y la atribución del crédito científico. En última instancia, cuestionan la capacidad de liderazgo de la ciencia hecha por humanos.
El hecho es que muchos de los grandes descubrimientos científicos recientes han sido realizados por empresas tecnológicas. Si la academia no es capaz de reaccionar ese modelo se acabará imponiendo, pese a que las empresas responden a sus accionistas