
La economía espacial transforma sectores estratégicos mientras lidia con la paradoja que podría hacerla colapsar sobre sí misma

La observación terrestre por satélite permite monitorizar fenómenos naturales en tiempo real. Un caso paradigmático ocurrió durante la erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma en 2021. A medida que la lava avanzaba ladera abajo, los satélites Copernicus de la Agencia Espacial Europea (ESA) transmitían datos actualizados cada pocas horas, lo que permitió a las autoridades anticipar la trayectoria de la colada, coordinar evacuaciones con mayor eficacia y proteger infraestructuras clave. Estos datos, procesados por equipos de teledetección en tierra, también sirvieron para evaluar los daños agrícolas y planificar la recuperación. Este tipo de aplicaciones muestra cómo la tecnología espacial se ha convertido en una herramienta clave para gestionar desastres naturales de forma rápida y precisa, aunque también ha absorbido protagonismo para la resolución de casos industriales de compañías del ecosistema como Florette, GMV, FIDAMC, CT Ingenieros o Scalian.
En los últimos años, la llamada economía espacial ha dejado de ser territorio exclusivo de agencias gubernamentales para convertirse en una pujante industria global de iniciativa público-privada. La cantidad de satélites operativos en órbita se ha duplicado con creces en apenas dos años, al trascender de unos 3.300 a finales de 2020 a más de 6.700 en 2022. Este crecimiento responde a avances tecnológicos y a una drástica reducción de costes de lanzamiento, lo cual ha abierto el espacio a nuevos actores comerciales. Empresas innovadoras, desde gigantes aeroespaciales hasta startups, compiten por desplegar constelaciones de satélites de comunicaciones, navegación u observación terrestre. El resultado es un sector en ebullición que, según la OCDE, está acelerando su transformación y ampliando capacidades justo cuando más se necesitan para afrontar retos globales como el cambio climático, las crisis energéticas o la seguridad alimentaria.
No se trata de un asunto tan lejano como pueda parecer la exosfera, puesto que la economía espacial impacta ya en nuestra vida cotidiana y en los sectores tradicionales. Los satélites se han convertido en piezas fundamentales de las infraestructuras críticas: respaldan las telecomunicaciones y la sincronización de redes eléctricas, proveen posicionamiento GPS a transporte y finanzas, y suministran datos meteorológicos y de teledetección vitales para agricultura y gestión del agua. Un ejemplo cercano se encuentra en el campo, pues incluso incluso productores agroalimentarios están aprovechando estas innovaciones.
La empresa Florette participó en un proyecto piloto donde se instaló conexión de banda ancha vía satélite en sus cultivos para poder transmitir datos agrícolas en tiempo real desde zonas rurales sin cobertura terrestre. Gracias a esta solución, se reducen desplazamientos, se mejora la toma de decisiones sobre riego o fertilización, y se incrementa la eficiencia, lo cual permite el ahorro de agua y abonos a la vez que se garantiza la trazabilidad de los productos. Así, la tecnología espacial está ayudando a digitalizar el campo y a cerrar la brecha digital rural, al integrar a agricultores y ganaderos en la cuarta revolución industrial.
No obstante, el de la compañía navarra no es un caso aislado. En logística, minería o protección medioambiental, los datos satelitales e IoT (Internet de las Cosas) vía satélite comienzan a optimizar las cadenas de suministro y monitorizar activos en cualquier rincón del planeta. La rápida respuesta satelital ante desastres naturales proporciona información inmediata a las autoridades y empresas para actuar con eficacia. En el conflicto de Ucrania, por ejemplo, las imágenes por satélite y la conexión a internet satelital han sido cruciales, tanto para documentar los hechos en tiempo real como para mantener comunicaciones críticas. Todo ello refleja cómo el espacio se ha entretejido ya con el tejido económico y social terrestre.
Más allá de los Cárpatos, España no permanece ajena a esta nueva frontera. El país, tradicionalmente fuerte en el sector aeroespacial, ve en la economía del espacio una oportunidad estratégica para su tejido empresarial. De hecho, múltiples compañías tecnológicas ibéricas destacan ya en nichos considerados como clave para el sector. Ejemplo de ello es GMV, que desarrolla sistemas de control de satélites y participa en misiones internacionales, además de liderar la vigilancia de basura espacial y servicios de evasión de colisiones para decenas de satélites comerciales. Por otra parte, centros de investigación como FIDAMC innovan en materiales compuestos ultraligeros para cohetes y naves, mientras CT Ingenieros y Scalian aportan ingeniería a programas espaciales europeos.
El futuro y la sostenibilidad espacial
Este optimismo, sin embargo, viene acompañado de importantes desafíos. La expansión acelerada del tráfico espacial ha encendido las alarmas sobre la sostenibilidad de esta nueva economía espacial. La cantidad de objetos orbitando la Tierra ha crecido hasta el punto de que las órbitas comienzan a estar congestionadas. Cada nuevo satélite implica esquivar miles de restos que viajan a velocidades de vértigo, y un choque en cadena podría inutilizar regiones enteras del espacio orbital. Los expertos advierten que es imperativo actuar en varios frentes para asegurar una trayectoria sostenible del sector: limitar la basura espacial mediante normas de desorbitado y misiones de limpieza orbital, asegurar la protección del entorno espacial y coordinar internacionalmente el uso responsable de las órbitas y frecuencias radioeléctricas. De lo contrario, la actual revolución podría desembocar en la ‘paradoja de la sostenibilidad espacial’.
La ‘paradoja de la sostenibilidad espacial’ representa un escenario en el que el uso masivo de satélites para ayudar al desarrollo sostenible en la Tierra se vuelve insostenible por las propias actividades espaciales. En palabras de investigadores de la Universidad de Strathclyde (Escocia), «la proliferación de satélites privados ha multiplicado la capacidad de afrontar retos sociales con datos espaciales, pero también ha exacerbado problemas críticos como los desechos orbitales y la huella de carbono de los lanzamientos».
El horizonte espacial presenta tanto oportunidades extraordinarias como interrogantes. En el corto plazo, asistiremos al despliegue de megaconstelaciones comerciales de internet satelital que llevarán la banda ancha a cualquier rincón del planeta. Europa ha dado luz verde a IRIS², una constelación propia para garantizar comunicaciones seguras y evitar quedarse atrás en la carrera por la conectividad global frente a China (con GuoWang) y EEUU (con Starlink de SpaceX). Estas iniciativas anticipan un mercado de servicios satelitales cada vez más competitivo y orientado a usuarios finales, desde ofrecer WiFi en aviones y barcos hasta conectar dispositivos IoT en agricultura o logística a escala mundial.

Paralelamente, la exploración espacial vive un renacimiento. El programa Artemis de la NASA, con fuerte participación europea, pretende establecer una presencia humana sostenible en la Luna en esta década, lo cual allana el camino para una futura economía lunar basada en la explotación de recursos in-situ (agua helada, minerales raros) y quizás el turismo orbital. Varias empresas privadas ya compiten por llevar módulos de aterrizaje comerciales a la superficie lunar y por construir estaciones espaciales independientes cuando la Estación Espacial Internacional llegue al final de su vida útil. Todos estos planes auguran que la economía espacial no hará sino ganar peso, al diversificarse desde la órbita terrestre inmediata hacia la Luna, Marte y más allá.
Ahora bien, capitalizar esas oportunidades exigirá colaboración internacional y visión estratégica; por ello, la economía espacial actúa como un catalizador de alianzas. España, a través de su nueva Agencia Espacial y la participación activa en la Agencia Espacial Europea, se posiciona para conectar a sus industrias con esta red global de colaboración. En definitiva, el objetivo es que la revolución del espacio redunde en beneficios aquí en la Tierra. Desde mejores herramientas contra el cambio climático hasta nuevos empleos tecnológicos y mejoras en la productividad industrial, la nueva economía espacial promete un impacto positivo transversal. La clave estará en mantener el equilibrio entre competencia y cooperación, entre ambición e inclusión, y entre la explotación y la preservación.