La glocalización de la catástrofe
No podemos resolverlo solos, hay que convertir la reconstrucción de Valencia en un desafío global, en el que se puedan ver implicados todos los actores del mundo y que sea capaz de atraer inversión, pero para ello resulta clave ofrecer un proyecto atractivo a largo plazo, una estrategia compartida en cuyo diseño se vea reconocida toda la sociedad
Investigadores de varias instituciones británicas publicaron a mediados de año el paper “Una instantánea multitemporal de las emisiones de gases de efecto invernadero del conflicto entre Israel y Gaza”. Aparece citado en el informe Global Humanitarian Overview 2025 de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de la ONU. En él se estima que las emisiones de GEI durante los primeros 120 días del conflicto en Gaza fueron mayores que las emisiones anuales de 26 países y territorios individuales.
De igual forma, los primeros siete meses de la invasión rusa de Ucrania habrían causado al menos 100 millones de toneladas de CO2 equivalente. Según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, si los ejércitos del mundo fueran un país, ocuparían el cuarto puesto en emisiones de GEI, tras China, Estados Unidos e India. Son responsables del 5,5% de las emisiones globales, sin incluir las derivadas de las propias guerras. Y viceversa, el cambio climático también puede contribuir indirectamente a los conflictos al aumentar las tensiones en torno a la seguridad alimentaria, la escasez de agua y la competencia por los recursos.
Estos datos proporcionan una imagen muy ilustrativa del carácter global que pueden asumir algunos acontecimientos traumáticos de alcance aparentemente local. La glocalización de la catástrofe es un fenómeno con muchas aproximaciones posibles. No sólo nos habla de la difusión de la desgracia. También puede convertir el drama de un territorio en una oportunidad compartida para inversores e innovadores de otros lugares del mundo que encuentran allí la forma de expandir sus ideas y sus soluciones.
El 11-S cambió la geopolítica mundial y transformó por completo el destino de Estados Unidos, que adaptó toda su estrategia social, política y económica al nuevo tablero de juego. Pero en España tenemos la costumbre estoica de superar nuestras fracturas internas procurando no echar la mirada hacia atrás. Corremos el riesgo de convertir, de ese modo, la catástrofe de la dana de Valencia en nuestro 11-M climático particular, un recuerdo con más dos centenares de muertos, escondido en un par monumentos que no visita nadie, porque hemos preferido olvidar.
Mucho más interesante es pensar que nos encontramos ante un desafío de reconstrucción que no podemos asumir solos. Necesitamos conectar con el resto del mundo para atraer el talento, la inversión, la energía transformadora, allí donde se encuentre, con visión colaborativa. Un crecimiento orgánico, a partir de nosotros mismos, sin conexión global, probablemente nos sitúe dentro de unos pocos años en una situación de dependencia y vulnerabilidad aún mayor, expuestos a ser comprados a precio de saldo.
Para convertir la reconstrucción de Valencia en un desafío global, en el que se puedan ver implicados todos los actores del mundo, resulta clave ofrecer un proyecto atractivo a largo plazo. Es la hora, por eso, de las grandes ideas, con sensibilidad social e impulso multidisciplinar. Una gran estrategia compartida en cuyo diseño se vea reconocida toda la sociedad, todos los partidos políticos, las entidades sociales, los ciudadanos, las empresas, los artistas, los filósofos, los ingenieros, los profesores, los centros tecnológicos…
¿Utopía? El primer reto al que nos enfrentamos y probablemente el más difícil es, en realidad, ese: ¿seremos capaces de acordar una visión compartida por la que luchemos todos dentro y fuera de nuestro país, ilusionante, modernizadora, social, atractiva para la inversión? La guerra de guerrillas es una opción desoladora. Nos conducirá a una espiral darwinista en la que acabará imponiéndose la ley del más fuerte, y eso en la actual dinámica global suele acabar adoptando el rostro de actores con capital extranjero. Porque la competencia por la inversión vive hoy momentos de ebullición máxima.
Podemos salir muy reforzados si sabemos gestionar con inteligencia y compromiso la glocalización de la catástrofe de la dana y no sólo desde el punto de vista material. Devolver a la sociedad la esperanza en su capacidad para dirigir su propio futuro, con excelencia, puede ser el antídoto para muchos de los problemas de polarización y desestructuración de las democracias. Debemos acertar en este propósito clave.
(Te espero el miércoles 18 en el New In Revive Valencia, el evento organizado por Atlas Tecnológico, con apoyo del Ayuntamiento de Valencia para hablar de las ideas de futuro, de convertir la tragedia de Valencia en un desafío global).