Navegar en las aguas revueltas de la ‘interdepedencia armada’ sin hacerse trampas al solitario

China es el gran motivo de incertidumbre en los mercados internacionales, ¿será capaz de seguir ocultando sus fragilidades sin una huida adelante?, y la respuesta de Estados Unidos, con el Inflation Reduction Act, y de Europa con su idea de un fondo industrial soberano, está siendo reforzar lo propio a costa de la globalización, de modo que conviene salir cuanto antes del espejismo de competitividad
Eugenio Mallol
11 de diciembre de 2022 | Compartir: Compartir en twitter Compartir en LinkedIn
Navegar en las aguas revueltas de la ‘interdepedencia armada’ sin hacerse trampas al solitario
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. / Comisión Europea

¿Cuál es la guerra que inunda de incertidumbre los mercados mundiales? Es desolador constatar que la en otros tiempos temible Rusia, con sus excesos, sus errores de cálculo y sus crímenes injustificables, que la alejan de cualquier democracia con unos mínimos estándares de calidad, ni siquiera es capaz ya de movilizar más atención en Occidente que la amenaza de La Guerra, la que pudiera tener como protagonista a China.

¿Hasta cuándo será capaz Xi Jinping de seguir ocultando las quiebras de su sistema autoritario a su propio pueblo? ¿Caerá en la tentación ir a la confrontación como una huida para adelante? Esa es la pregunta que mantiene en vilo a los inversores. En la cúpula de las grandes corporaciones, de forma explícita, como hizo Sir Martin Sorrell en el Web Summit de Lisboa, o entre bastidores, se escuchan este tipo de análisis preocupantes.

Desde el punto de vista teórico, ha calado la expresión “interdependencia armada”, que acuñaron en un artículo de 2019 los profesores Henry Farrell (George Wahington University) y Abraham L. Newman (Georgetown University). El ganador del FT Business Book of the Year 2022 por su obra Chip War, Chris Miller, reconoce en una entrevista que durante un tiempo pensó que ese riesgo de «destrucción económica mutuamente asegurada» evitaría que las superpotencias usaran su posición en la cadena de suministro de chips para presionarse mutuamente. Pero la realidad ha ido en contra de esa suposición.

Dejó de darse cabezazos contra la pared cuando cayó en la cuenta de que hay una diferencia entre la situación actual y la amenaza nuclear: en este último caso “hay un umbral claro de uso nuclear. [Las armas] se usan o no se usan, mientras que en el espacio de interdependencia económica no hay un umbral que [demuestre] que has cruzado la línea. Y, de hecho, hay muchas líneas diferentes que uno puede cruzar”. Hoy ve complicado lograr “un equilibrio entre las consideraciones de seguridad y las consideraciones económicas”.

La realidad que Occidente ahora sí quiere ver es que China ha crecido estas tres décadas haciendo trampas consentidas por los países occidentales, en los datos del PIB, en los datos de producción industrial, en la gestión de su moneda, en la situación de su sector inmobiliario, en las debilidades de su sector financiero, en su control del blockchain… en esa insoportable vulneración de derechos civiles, un exceso diario que deja en un juego de niños la tragedia de la mano de obra en el Mundial de Qatar.

Alemania se plantea el posible error estratégico cometido durante los últimos 25 años, ese que condenó a la industria de los llamados sectores tradicionales del sur de Europa, convertidos en moneda de cambio para favorecer sus exportaciones de bienes de equipo. No hace falta una visita exprés del canciller Olaf Scholz a Beijing para pulsar la tensión del ambiente. En la Cumbre del G-20 y en la COP-27 se ha podido comprobar que resulta ya casi imposible alcanzar acuerdos concertados en un mundo cada vez más desglobalizado.

El tiempo no ha corrido en balde. China ha conseguido construir una ciencia de élite capaz de hablar de tú a tú con cualquiera. El prestigioso matemático español, exdirector del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT) y profesor de Investigación del CSIC, Manuel de León, me repasaba, con la pasión del que intenta hacer ver al ciego, las infraestructuras de las que se está dotando el gigante asiático en su materia. Edificios, miles de investigadores de primer nivel, imposible competir en uno de los ámbitos clave para la automatización inteligente. Y el siguiente paso que se espera de China es que sitúe a la industria al nivel de esa ciencia de excelencia (ahora no lo está), compitiendo por los sectores de más valor añadido.

Como golpe de timón y con la excusa de la subida de precios, Estados Unidos aprobó hace unas semanas su Inflation Reduction Act (IRA) que ahonda en ese refuerzo de lo propio como estrategia de protección. Nada menos que 391.000 millones de dólares en medidas para fomentar la energía y el clima basadas fundamentalmente en recortes de impuestos, créditos fiscales y toda clase de subvenciones.

Y la Comisión Europea, con la rapidez que la caracteriza, ha respondido tres meses después con la contundencia que la caracteriza: va a pensar en una forma de hacer frente a ese desafío que califica de discriminatorio para las empresas de la UE y distorsionará el mercado al promover la compra de productos estadounidenses. Ursula von der Leyen habla (“insiste”, dice) de crear un fondo soberano industrial y de simplificar los modelos de ayudas estatales para alinear al sector productivo en la generación en masa de soluciones de tecnología ecológica.

La solidez de la economía y del tejido industrial será clave para soportar los efectos de este complejo contexto de “interdependencia armada” y en eso es importante que España no se haga trampas al solitario. Vivimos un espejismo de competitividad como territorio destino de inversiones gracias a los fondos europeos extraordinarios que estamos recibiendo, no a nuestra propia capacidad de generar recursos y conocimiento para ser atractivos en el contexto global. No perdamos de vista los fundamentales, porque son tiempos de máxima exigencia.

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